CAPÍTULO 19
Santi había perdido a William al entrar en los
dormitorios femeninos de Berkeley, así que, poniendo mi mejor cara de chica
inocente, me adentré en los dormitorios confundiéndome con las demás
estudiantes al igual que hice hace unas semanas, mientras investigaba a Lindsay
Carlson.
Félix había querido enviar conmigo a alguno de sus
morenos esbirros como si fuera un novio que acompaña a su chica hasta la
puerta, pero esa idea quedó rápidamente descartada al ver como un chico a medio
vestir salía por una de las ventanas del primer piso a toda prisa. Seguido de
una cabeza gris enfadada que le gritaba de todo menos algo bonito. Celadoras universitarias… La mezcla perfecta
entre madre controladora y abuela cascarrabias.
Paseando por los pasillos intentando ubicarme sin
llamar demasiado la atención, intenté no desviar mi mirada cuando tres chicas
en ropa interior y pelo mojado salían de las duchas como si andaran por su
casa. Yo me cortaba un poco más en el
instituto… Será que nunca he vivido el desmadre universitario…
Por fin, encontré la habitación 216. Toqué
suavemente la puerta. Esperé. Con suerte, o no tanta, según se mire, William
estaría aquí retozando con esta niña y aún no se habrá encontrado con ninguno
de los hombres del ruso.
Impaciente, golpeé el pie repetidas veces contra el
suelo miras volvía a llamar a la puerta, de nuevo sin resultado. Mi bolsillo
vibraba sin cesar. Félix también estaba impaciente. Y si…
Asustada, pegué el oído a la puerta, buscando algún
sonido… Movimiento. Estaba a punto de marcharme cuando escuché algo caer al
suelo y romperse, seguido de un grito ahogado. ¡Lindsay!
Separándome de la puerta y desenfundando mi arma,
respiré un par de veces, preparándome para echar la puerta abajo. Esto va a doler… Con cuidado, golpeé el
pomo de la puerta con el pie, torciéndolo, antes de embestirla con fuerza. La débil
estructura se abrió de par en par, desequilibrándome un poco antes de alzarme y
hacer un reconocimiento de la habitación. Al posar mis ojos en ellas me quedé momentáneamente
de piedra, antes de apartar la mirada completamente avergonzada.
- Oh vaya… Lo siento mucho… creía que… - Comencé a
decir, de espaldas a las dos chicas semidesnudas en el suelo, cerca del sofá y
una lámpara de cerámica rota.
- ¿¡Pero qué cojones crees que haces tía!? – Gritó una
de ellas. Al girarme para intentar hablar con ellas, me di cuenta de que una de
las chicas, la más avergonzada de las dos, era Lindsay.
- ¿Lindsay…?
- ¡No mires! – Gritó la otra, mientras se ponía rápidamente
una camiseta y cogía un stick de lacrosse y lo alzaba contra mí, obviamente, la
chica no había visto la pistola que ahora descansaba en uno de mis costados.
- ¡No hagas nada estúpido! – La advertí, señalando
mi arma. Al instante, la palidez cubrió el rostro de ambas chicas, provocando
que la que había estada gritando se colocara un poco más cerca de Lindsay.
- ¿Sylvia? – Susurró asustada Lindsay, tirando de la
camiseta de la otra chica, acercándola más a ella. Oh vamos, les va a dar un ataque a las dos. ¡Sólo son crías!
- Tranquilas. – Dije, enfundando mi arma y
levantando una de mis manos mientras con la otra buscaba mi placa. – Soy policía…
¿veis? – Acercándose cautelosamente, la chica a la que Lindsay había llamado
Sylvia se acercó y comprobó mi placa, frunciendo el ceño al instante.
- ¿y… y por qué has echado nuestra puerta abajo?
Nosotras no fumamos ninguna mierda, es la zorra de Kat la que… - negué
rápidamente con la cabeza.
- No es nada de eso. Estaba buscando a William
Johnson…
- ¿Por qué? – preguntó Lindsay, tímidamente.
- Está en problemas.
- ¡Pues se los merece! – Gritó Sylvia, furiosa.
- Créeme, lo sé… Pero está en una clase de problema
donde lo mejor que le puede pasar es ir a la cárcel, y por eso estoy aquí… Lo estábamos
siguiendo hasta aquí y cuando oí el ruido y el grito en la habitación me
imagine lo peor… Sólo estaba preocupada por Lindsay…
- ¿Y de qué la conoces? – Gruñó Sylvia. Pensé que lo
más rápido era decir la verdad.
- Hace un par de semanas la investigué… No por ella.
William ha estado viendo a varias mujeres al mismo tiempo y su mujer necesitaba
pruebas para la demanda de divorcio…
- ¿Estaba… estaba casado? – Preguntó Lindsay,
conmocionada.
- Cabronazo… - Gruñó Sylvia por lo bajo. – ¡Te dije
que ese tío era un capullo desde el principio!
- Lo sé pero… parecía tan encantador al principio… -
Susurró Sylvia.
- No hay tiempo para esto chicas. Necesito saber si
lo habéis visto… No sólo su vida está en juego. Hay gente muy peligrosa detrás
suya y su mujer y su hijo también corren peligro… Por favor…
- Vino a buscarme hace un rato… Quería que fuera con
él un par de semanas para recorrer el país… pero ya no estaba tan segura que
querer estar con él… - Lindsay miró rápidamente a Sylvia y se ruborizó
ligeramente. – Y cuando me enteré de que había estado con otras Sylvia lo echó
de aquí… Supongo que si no se ha ido estará en el aparcamiento norte. Es el más
tranquil y siempre aparcaba ahí su coche…
- ¡Gracias Lindsay! – Grité agradecida, comenzando a
correr. – Oh, y siento haberos molestado… y lo de la puerta claro. – Continué con
una sonrisa de complicidad. Sylvia se rascó el cuello incómoda mientras Lindsay
escondía su cara entre sus rodillas. Una vez fuera de la habitación, cogí mi
móvil mientras corría por los pasillos.
- El aparcamiento norte, detrás de la residencia.
- ¡En seguida! – Me respondió Félix. – Vamos chicos…
***
Nada más tenerlo a mi merced, no pude evitar
descargar mi ira contra él. Aparté el arma y lo empujé con fuerza contra el
coche. Intentó girarse y cubrirse la cara con las manos, pero mi puño se
encontró fácilmente con su cara. El dolor del golpe no se podía comparar con el
placer hedonista que me recorrió al ver su sangre caer. Así que volví a golpearlo,
esta vez en el estómago.
- No… - Gimió de dolor. – Por favor… Os lo devolveré.
Sólo… Necesito tiempo… - Escupió como pudo. Asqueado, le agarré del pelo y tir
de él hasta levantarlo. Sus ojos parpadearon asustados. – Por favor, dile a Misha
que yo no…
- ¿Es que no me recuerdas, cabronazo? – Escupí, golpeándolo
de nuevo contra el coche. William parpadeó varias veces, confuso. Hasta que un
brillo de reconocimiento pasó por sus ojos. Noté como su cuerpo se relajaba
notablemente, cosa que me enfureció aún más.
- Max… Eres… el compañero de Max… - De nuevo, lo
empotré contra el coche, lleno de rabia.
- ¡No tienes ningún derecho de nombrarla! ¡Todo fue
culpa tuya rata miserable! ¡Deberías haber sido tú!
- Vamos… ya sabes cómo es… fue sexo. Nada más. Además
fue ella la que… - Notando como lágrimas calientes cubrían mis mejillas, volví
a golpearle con fuerza en el estómago, consiguiendo que un horrible sonido
saliera de la garganta de William.
- ¡Está muerta maldito bastardo! ¡La han matado por
tu culpa! – Gemí, sintiendo como mi corazón volvía a encogerse… Ya no está, ya no está…
- ¿Qué? No… ella no… yo la vi hace… - La cara magullada
de William se convirtió en una amalgama de colores nauseabundos. – Ella ha… o
di… - Apartándome con asco, dejé que William vomitara sangre y bilis.
- Sí cabronazo. Ya no está… Y pienso hacértelo pagar
arrancándote la piel a tiras…
No hay comentarios:
Publicar un comentario