Capítulo
2: Vínculo
Esa
misma mañana, en las profundidades del bosque…
Una sensación extraña
se apoderó de mí al despertar. Tenía un mal presentimiento.
Miré a mi alrededor
para ver que todo estuviera en orden. Los frascos estaban en su sitio, los
pergaminos seguían clasificados por hechizos elementales en las estanterías y
por dificultad en el suelo (Los más difíciles estaban más cerca del fuego
debido a la frustración) y no había nada raro.
Mi ropa seguía en el
suelo, sucia y mojada, por mi último intento de recolectar espinas venenosas de
mantícora en el pantano oculto.
- ¡Archibald! – Grité,
adormilada. Al instante, un nervioso troll rojo del tamaño de un bastón de
criquet apareció a los pies de mi cama.
- ¿Sí Maga Myrna?
- Aún no se han lavado
mis túnicas, tráeme algo con lo que presentarme ante el Archimago Maddox, por favor. – El pequeño
Archibald corrió hasta mi ropa húmeda, tropezándose varias veces. – Despacio
Archibald, sé que es tu primera semana aquí pero no necesitas matarte por lavar
un par de túnicas.
- Maga Myrna fue buena
con Archibald, Archibald es bueno con Maga Myrna. – Nada más decirlo, se marchó
en una nube toxica de pedos de troll.
- Dios… que peste. – Me
llevé conmigo la almohada para taparme la cara y así no oler el penetrante olor
de sardinas podridas y otros “sabores” que no quería identificar. Salí de mi
habitación lo más rápido que pude y abrí el portón de los baños. Ya había
varias personas en paños menores en pleno aseo.
- Buenos días Myrna,
¿Lista para la prueba de esta noche? – Preguntó Vulcan desde los chorros de
agua caliente. El afable y joven mago rechoncho nunca había sentido pudor
alguno aseándose y lo demostraba hablando tranquilamente con todos los que
paseaban cerca de él mientras se enjabonaba las partes nobles.
- Siempre. – respondí
con una sonrisa. Solté mi camisón en una esquina de la sala junto el resto de
prendas interiores y me zambullí con placer en las cálidas aguas de la gran
bañera.
- ¡Oye! Lava tu sucio
culo antes de entrar a la bañera. – Se quejó Lucien, saliendo indignado de
ésta. – Ahora tendré que asearme de nuevo con aceite de lavanda para que tu
hedor no se adhiera. – La grave risa de Vulcan respondió por mí.
- Somos magos Lucien,
no concubinas del Rey. – Lucien apartó la mirada, asqueado, de la enorme masa
roja que era Vulcan saliendo de los chorros calientes.
- Mis aceites son mucho
mejores que las flores baratas que se frotan esas en su co…
- ¡Lucien! – Al oír la
voz de Enid, hundí mi cabeza todo lo que pude en la bañera, para que no me
viera. La Gran Maga Enid, al contrario que la mayoría de sus compañeros, seguía
durmiendo en la torre este del castillo, con lo que compartía baños con algunos
de sus alumnos. Llamadme anticuada, pero me sigue dando vergüenza moverme en
paños menores con alguien que se pasaba la mayor parte de los días rectificando
mis errores de novicia. Por no hablar de que tenía un culo demasiado bonito
para no mirarse, y eso me ponía aún más nerviosa. - Te he visto a ti también Myrna. Antes de
meterte en un baño común recuerda quitarte de la cabeza el barro y las ramas de
enebro, por favor. – Con un simple gesto de Enid, vi como la bañera se vaciaba
y las pequeñas ramas de mi pelo se dirigían a un cubo de desperdicios, no sin
antes darme fuertes tirones.
- ¡Ay!
- Eso te enseñará a
usar el hechizo repelente antes de salir a dar vueltas por el bosque. – Quise
mirar con furia a Enid pero justo en ese momento soltó su cabello pelirrojo y
dejó caer la blusa que llevaba al suelo. Aparté mi azarosa mirada de ella y me
dirigí a los chorros calientes tapándome como podía mis partes traseras.
¡Estúpido encaprichamiento adolescente! A los catorce años, cuando era novicia,
Enid superó la prueba para el título de Gran Mago, decidiendo así quedarse en
la torre de Baraklar, pilar y refugio de los magos del Bosque Oscuro, como
profesora mientras investigaba sobre las bestias nocturnas y así conseguir el
título de Archimago de la Torre, junto a Maddox y Danuples. Era ambiciosa y muy
poderosa… y la mujer más hermosa de toda la torre. Nunca he sabido exactamente
su edad pero aparentaba no tener muchos más años que los míos… la magia tiene
estos inconvenientes.
- ¡Tss! – Miré a mi
izquierda y casi me da un infarto al encontrarme con los enormes ojos violetas
de Kendra mirarme mientras sonreía con una mueca desagradable. - ¿Sigues
pillada por Enid, Myrna? Porque vas algo tarde… Los del ala norte dicen que la
han visto ir a los aposentos de Danuples varias noches seguidas.
- ¿Y? – Contesté
asqueada. Al contrario de Enid, nunca había visto a un ser tan repugnante como
Kendra. Se decía que su cara había sido el resultado de una poción que salió
mal, pero yo creo que es la excusa que da para todos aquellos desgraciados que
se creen el cuento de la bella y la bestia. -
Como si me importara.
- Di lo que quieras
aprendiz, pero los sonidos que salían de la habitación de Danuples no eran de
disgusto.
- No soy un aprendiz.
Superé los exámenes del último ciclo.
- Puede que sí, pero
sin un familiar no obtendrás el título de Maga… aprendiz. – La carcajada de
Kendra me dio escalofríos y casi comento el error de seguir mirándola cuando se
dio la vuelta para marcharse. Como si lo hubiera escuchado, el familiar de
Kendra, Fuscus, una rana gorda y amorfa de color oscuro apareció en los baños.
– ¿Dónde está el familiar más bonito del mundo? ¿Trajiste lo que te pedí? – La
rana sonrió antes de vomitar un murciélago albino muerto. - ¡Fantástico! Ya
podemos hacer la poción de pústulas sanguinolentas… ¡Suerte cazando una rata
muerta esta noche Myrna! – Kendra abandonó los baños dejándome una irritante
sensación de asco.
- No te preocupes
Myrna. – Oí que decía Vulcan a mis espaldas. – Seguro que esta es tu noche.
Siempre te he visto con un ave rapaz o un lobo salvaje. Todo será mejor que ese
feo bicho que lleva Kendra a todas partes.
- Eso espero.
**********
- ¡Maga Myrna! ¡Maga
Myrna! – Al llegar a mi habitación, encontré a Archibald saltando sobre mi
cama. – ¡Mire! ¡mire! Le he traído las telas más bonitas que he encontrado.
- Bájate de ahí
Archibald. – Negué con la cabeza mientras sonreía. Se notaba demasiado que
Archibald era aún muy joven para su raza a pesar de su aspecto. Si hubiera sido
humano tan sólo tendría cinco años.
- Disculpe Maga Myrna.
– Se disculpó, bajándose a trompicones de la cama. – He preparado mi rama para
la salida de esta noche.
- ¿Qué rama? – Casi al
instante me arrepentí de la pregunta, ya que Archibald sencillamente metió su
mano en la parte trasera de sus pantalones, sacando un palo grueso y corto,
manchado de a saber qué.
- Es una rama mágica
Maga Myrna. Sirve para pegar a los bichos malos del bosque, como usted hizo con
los ancianos del clan. – La cara abultada de Archibald se arrugó en una mueca –
Ellos eran bichos malos Maga Myrna, Archibald lo sabe. Archibald se alegra de
que la Maga Myrna le permita ser su ayudante. Ningún Troll trataba bien a
Archibald. Ningún Troll entendía porque Archibald sólo comía setas y plantas.
Las hadas saben muy mal Maga Myrna, ¿Verdad?
- Verdad. – Respondí,
acariciándole el pequeño matojo de pelos que tenía en la cabeza. Archibald
saltó feliz.
- Maga Myrna es buena.
- Maga Myrna lo
intenta, Archibald. Ahora ve a las cuadras por si Greg y Biliana necesitan
ayuda con los caballos. – Archibald rio fuertemente.
- Biliana guapa.
Biliana y Archibald tendrán pequeños Trolles. Sólo necesito darle muy muy muy
fuerte con la rama mágica y ya está.
- ¡No Archibald, no
hagas…! - Antes de poder decir nada más,
Archibald se esfumó. Froté mis sienes, casi divertida. Sabía que Biliana se las
apañaría, ya que era una troll mucho mayor que había lidiado con más de un
intento de coqueteo de Greg. Era Archibald en que me preocupaba. Estaba
acostumbrado a una vida muy distinta en el bosque, y los trolls de la torre
estaban demasiado tiempo entre magos como para entender algunos de los
comportamientos arcaicos de Archibald. – En fin… que sea lo que la Diosa
quiera.
Rebusqué en el montón
de ropa que Archibald me había dejado encima de la cama. La ropa ciertamente
era de una calidad magnifica. Nunca había visto telas tan fuertes en una
túnica.
Escogí un atuendo oscuro
y deportivo. Lo más importante de esta noche era pasar desapercibida. Até bien
el chaleco al cinturón de pociones, y la túnica de percal negro al cuello.
Rebusqué en mis cajones hasta que encontré los polvos de invisibilidad y los
lazos de vínculo. Estaba lista para ver al Archimago Maddox.
**********
Llamé con todas mis
fuerzas a la enorme puerta de roble frente a mí.
- Adelante. – Escuché. La
puerta se abrió sola, y pude ver ante mí al Archimago Maddox revisando varios
pergaminos desperdigados por su mesa. – Buenos días Myrna, ¿Tienes algún sueño
que contarme hoy? – Extrañada, me acerqué a él.
- Lo cierto es que hoy
no he tenido ninguno… aunque sí que me he levantado con una sensación extraña. –
Entusiasmado, el Archimago Maddox dejó de miras los papeles y me miró
expectante, acariciando su enorme barba negra.
- Cuéntame Myrna. Ya sabes
lo que me gusta oír tus sueños. O en este caso, sensaciones. Nunca suelo fallar
con tus enigmas. – Maddox era un mago muy anciano. Suponíamos que tendría más
de doscientos años aunque en su cabello no hubiera ni una sola cana.
- Si quiere, aunque yo
nunca veo nada relacionado.
- Los sueños son
advertencias, Myrna, pequeños mensajes que somos incapaces de comprender. Pero
si les prestamos la suficiente atención pueden decirnos cosas muy interesantes
sobre nuestro futuro. ¿Recuerdas aquella vez en la que me contaste que tu sueño
un gusano gigante nos perseguía a todos los del castillos cuando tan sólo
tenías 6 años? – Preguntó sonriente.
- Sí… al día siguiente
todos tuvimos una indigestión que nos duró varias semanas porque el cocinero se
había equivocado, y en vez de echar comino en la sopa usó por accidente los
excrementos de gusanos de fuego que Liana se dejó en las cocinas al robar un
trozo de tarta. – Maddox juntó las palmas con un fuerte sonido.
- ¡Exacto! Viste lo que
iba a pasar pero no lo comprendiste.
- Sigo pensando que el
sueño se debió a la clase con Danuples en las que nos habló de aquella vez en
la que un gusano gigante le persiguió por las dunas de Nazkar.
- Tonterías. Viste el
futuro, me lo dice el estómago. – Maddox se agarró de su escasa barriga bajo la
túnica verde oliva. – Y el estómago nunca se equivoca. Entonces, ¿Qué clase de sensación tuviste? ¿Era
buena o mala?
- Era… mala más bien. Como
si algo malo fuera a pasar. Pero…
- ¿Pero… humm? Ven
aquí. – Maddox se acercó a mí, y sacó un saquito de su bolsillo. – ten, sujeta
esto. – Extrañada, sujeté el saquito con cuidado, para ver casi al instante como
prendía en llamas rojas. – Interesante, muy interesante. – Dijo Maddox,
dubitativo, rascándose la cabeza.
- ¿Qué es interesante?
¿No serían polvos de Caronte no? ¿Me voy a morir? - Maddox me miró frunciendo el ceño.
- Claro que no. Son unos
polvos muy caros para gastar en un aprendiz. – Aliviada y algo molesta, le miré
mientras daba vueltas de una lado a otro. – Era una mezcla molida de pico de
arpía y escamas de quimera seca. – No soy buena estudiante, lo sé, pero esa
mezcla me sonaba muchísimo.
- Escamas de quimera
seca… Las escamas de quimera sólo se utilizan en filtros de vinculación. ¿Eso
significa que algo malo va a pasar con mi familiar esta noche?
- Myrna… las llamas
suelen decirnos muchas cosas sobre las reacciones. Si las llamas hubieran sido
negras, si… algo malo habría pasado. La cuestión es que nunca las había visto
prender tan rápido, y ese rojo era demasiado intenso. Tendré que hacer más
pruebas al respecto. – Sin previo aviso, el Archimago Maddox cogió una aguja y
pinchó mi mano.
- ¡Ay! – Me quejé,
viendo como mi sangre goteaba hacia arriba y mágicamente se dejaba caer en un
pequeño tuvo de cristal.
- Dame sólo un segundo.
– Maddox comenzó a verter en el tubo con mi sangre varias cosas que ni siquiera
tuve tiempo de ver. – Fascinante.
- ¿Qué es fascinante? –
Sin decir nada, Maddox se dio la vuelta y me mostró el tubo, ahora de un color
blanco brillante.
- ¡Mira que reacción!
Es precioso.
- Archimago Maddox, yo
sólo quiero saber si me voy a morir esta noche o no.
- Tranquila. – Dijo,
sin dejar de mirar el tubo. – Esta noche no te pasará nada, pero estoy deseando
ver que traes contigo. ¡La alquimia nunca miente!
- Está bien, si no me
necesita más, iré a comer algo antes de salir.
- ¡Oh! Espera. – Maddox
dejó el tubo a un lado y empezó a rebuscar entre los cajones de su mesa. -
¡Aquí está! – En su mano llevaba un anillo de color negro con un pequeño rubí. –
Esto te ayudará a no perderte en tu camino. Cuídalo bien.
- ¿Para qué sirve? –
Pregunté, tocando la piedra rugosa en el anillo.
- Para… humm… ya lo
verás. Buena suerte. – Con una sonrisa en la cara de Maddox, noté como mi
cuerpo era empujado fuera de la sala, cerrándose una vez todo mi cuerpo quedo
fuera. Dentro, se podía escuchar a Maddox claramente diciendo, una y otra vez “Interesante”
o “Curioso”
- Gracias por la ayuda…
supongo.
Ande por los pasillos
de la torre hasta encontrar las escaleras que daban a las cocinas. No me
apetecía mucho ir con el resto al comedor y realmente sabía que sería incapaz
de comer nada con los nervios que tenía después de ver al Archimago, así que
entre en las cocinas y cogí un poco de carne seca y una pequeña calabaza llena
de vino para el viaje. No necesitaba mucho más así que me dirigí al exterior,
donde me encontré con Biliana golpeando a Archibald con un pequeño botijo vacío.
- ¡Biliana no quiere!
Troll tonto y pequeñajo. – Decía mientras le golpeaba.
- Archibald trae… ¡ay!
Rama especial para Biliana ¡ay! ¡ay! Biliana acepta y pequeños trolls vienen ¡ay!
¡ay!
- Solo vienen golpes
para matar a Archibald si Archibald no para de acercar esa rama a Biliana. – Creo
que Archibald ya ha sufrido suficiente. Con un pequeño gesto de muñeca, le
quité a Biliana el botijo, así como la rama a Archibald.
- Ya basta de golpes,
por favor.
- ¡Maga Myrna! ¡Maga
Myrna! Ha salvado a Archibald de nuevo. – Archibald comenzó a saltar y a
bailar.
- No Archibald. Si
alguien te dice que no, no puedes insistir como lo has hecho con Biliana. Eso está
mal.
- ¿Mal? ¿Por qué?
Archibald bueno con Biliana. – Archibald abrió sus brazos y se acercó a Biliana
con la intención de… no sé exactamente qué.
- ¡Quita bicho! –
Biliana huyó en dirección de las cocinas, dejando tras de sí a un pequeño Troll
triste y desvalido.
- ¿Por qué ha dicho que
soy un bicho? Archibald es un Troll. – golpeó un piedrecita con el pie, casi
con desgana. - ¿Por qué nadie quiere a Archibald Maga Myrna?
- Eso no es cierto. Yo
quiero a Archibald. – Le dije acariciando su melena enredada.
- Pero Maga Myrna no es
un Troll, Maga Myrna y Archibald no podrían tener pequeños trolls juntos. –
Exageré una cara de tristeza máxima.
- ¡Demonios! Y yo que
quería tener pequeños trolls. – Archibald asintió, sin pillar el chiste.
Pobrecito – No te desanimes anda, seguro que encuentras a alguna troll que no
pueda resistirse a tus encantos.
- Pero Maga Myrna,
Archibald no sabe de encantamientos, Archibald no es un mago.
- Em… otro días te lo
explico ¿vale?
- Muy bien Maga Myrna. ¿Nos
vamos ya a buscar a sus familiares? Tengo mi rama preparada. – Dijo orgulloso,
alzando su rama recién recogida del suelo.
- Voy a buscar a mi
familiar, no ha mis familiares, es distinto. Y me temo que esta vez tendrás que
quedarte en la torre. Debo estar sola cuando me encuentre con mi familiar.
- Oh – Archibald bajó
la cabeza, apenado. – Pero Archibald quería ayudar a Maga Myrna.
- Los sé Archibald pero
esta prueba la tengo que hacer sola. – En contra de lo que mis nauseas me
decían, cogí la rama de Archibald y la guardé en mi zurrón. - ¿Ves? Me llevo la
rama para estar a salvo. – Archibald alzó la cabeza y me mostró una sonrisa de
oreja a oreja.
- ¡Bien! Maga Myrna
ahora tendrá suerte. Estaré esperando a que Maga Myrna vuelva y si necesita
ayuda sólo tiene que llamarme y estaré con Maga Myrna muy muy rápido.
- Gracias Archibald.
Hasta pronto. – Me despedí de Archibald y comencé mi viaje en la entrada sur
del bosque. Mi plan era llegar lo antes posible a las colinas nubladas y con
suerte, algún lobo blanco o lince estrellado querrá ser mi familiar. Sólo
necesitaba convencerle, de alguna manera.
**********
La noche ya había
llegado y la ropa oscura me ocultaba por completo. Ni siquiera tuve que echar
mano de los polvos de invisibilidad para acercarme a una manada desprevenida de
linces estrellados. Había cinco de ellos pero mis ojos se habían encaprichado
de una de las hembras más jóvenes, mucho más fácil de vincular. Al crecer estos
linces podían llegar a medir lo mismo que los lobos blancos. Eran igual de
fieros pero los linces estrellados eran algo menos irascibles y no se pondrían
tan nerviosos si estuvieran rodeados de magos y hechizos. Y su pelaje era el
más hermoso que había visto nunca en un ser mágico. Imitaba con exactitud la
profundidad del cielo nocturno, y pequeños haces de luz se movían por todo su
cuerpo, como pequeñas constelaciones vivas. Mientras estas constelaciones
siguieran en movimiento, sabía que no me habían descubierto, sólo necesitaba
acercarme un poco más… y lanzar con cuidado el lazo de vinculación. Una vez
atado el animal se uniría permanentemente al mago, creando así el vínculo
eterno del compañero de vida de un mago.
Había seguido todas las
señales, y mi piel se erizó cuando llegué a esta manada, estaba en el lugar
correcto. No quería cometer el error de vincularme a un animal que no fuera el
adecuado. Cada uno debe sentir la llamada del vínculo y el mío estaba ahí, a
unos pocos metros de mí.
Por precaución, vertí
los polvos sobre mi túnica y me acerqué con cuidado al lince, tumbado plácidamente
en el rocoso suelo de las colinas nubladas. Deslicé el lazo entre mis dedos
mientras en susurros me lo ataba hasta la altura del codo con un hechizo, el
lazo llegó al suelo y se movió lentamente, como una serpiente, acercándose al
lince.
Noté como los linces
más ancianos se levantaban y alzaban sus orejas en alerta. Debía darme prisa,
mi objetivo aún no se había percatado. Pero el gruñido del alfa puso en alerta
a toda la manada, haciendo que la cría se levantara e intentara acercarse a los
demás.
“¡No! vamos… ahora o
nunca”
Impulsé lo más rápido
que pude el lazo de vinculación hacía el animal, pero para mi sorpresa, el lazo
pasó de largo y se ancló más allá de los arbustos. ¿Pero qué demonios? A mí
alrededor, los linces empezaron a reagruparse y gruñir ferozmente hacia donde
el lazo se había anclado.
Un terror abrumador me
recorrió por completo cuando sentí el lazo tirar de mí hacía la oscuridad. Los linces
gimieron, asustados y salieron corriendo, dejándome a solas con la fuerza
invisible que tiraba de mí. Intenté de todas las formas posibles deshacer el
lazo, pero era imposible.
Fue entonces cuando los
pasos pesados de unas zarpas se mostraron ante mí. Seguidas de unas fauces metálicas
y babeantes de una enorme bestia negra de ojos verdes. El lazo estaba
firmemente atado al cuello de la bestia, la cual intentaba arrancarlo a toda
costa. Furiosa, aulló entre escalofriantes quejidos antes de girarse
bruscamente y salir corriendo, arrastrándome a mí con ella.
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