Por
fin llegó el fin de semana del concierto. Esta vez me había propuesto dejar que
todo fluyera de manera natural, no forzarlo… ¿Y si resulta que todo estaba en
su cabeza? Era la hija de uno de los fundadores de la empresa y aún no sabía
qué clase de discriminación laboral se podría encontrar si salía así del
armario. El viernes antes de marcharme conseguí pillar a Don antes de que éste
saliera del trabajo y le expuse mi participación en la organización de manera
voluntaria, mis futuras donaciones a las diferentes organizaciones y, por
supuesto, le expliqué mi orientación sexual, y que si esta desagradaba a la
empresa, se marcharía de inmediato…no porque la empresa la echara, sino porque
no sería capaz de trabajar para una empresa con esa clase de discriminación
sexual. Cuando acabe mi discurso Don se echó a reír y casi le pego por la
impertinencia. El pareció notar mi disgusto y me dijo “Ay, Evelyn, si tú supieras. Me alegro que estés haciendo todo lo que
haces, deberías haberme informado antes, pero si sólo llevas tres semanas no
pasa nada, puedes seguir haciéndolo, es muy buena publicidad para la empresa y
así haces buenas migas con los jueces para futuros casos. Y por lo que
corresponde a tu orientación sexual no nos molesta en absoluto. ¡Por Dios, sí
soy Gay!” ante sus palabras abrí los ojos como platos “Es increíble que no lo supieras, aquí todo el mundo lo sabe, deberías
levantar la cabeza de las sentencias de vez en cuando. ¡Llevo casado con Paul
ya hará 15 años! Nos casamos en Ámsterdam cuando se legalizó el matrimonio
homosexual y llevamos más de 32 años juntos. Por no hablar de que volvimos a
hacer la ceremonia cuando se legalizó hace cuatro aquí” después de esa conversación,
el viejo Don y yo nos volvimos mucho más cercanos, salimos juntos a tomarnos
una copa y me hablo de su marido Paul y de sus dos hijas, Tamara y July. Tamara
era de nacionalidad nigeriana y July era filipina. De 14 y 12 años
respectivamente. Don decía que las pobres deben estar aburridas de tener unos
padres tan viejos, pero todos se quieren con locura. Me invito a su casa en las
afueras para una barbacoa en dos semanas, para el cumpleaños de July.
El
sábado por la tarde dejé el caso que me llevaba de cabeza y comencé a
arreglarme para el concierto. Haría bastante calor entre toda la marabunta
de gente, así que me puse unos vaqueros
cortos blancos, una camiseta de tirantes negra del grupo con una gran X en el
centro y pinté mis ojos de negro para acentuar el aspecto a fiesta
post-concierto. Deportivas de boxeador negras, ni muerta me ponía chancas o
sandalias con la cantidad de pisotones que podría recibir. Me metí un par de
billetes de veinte en los bolsillos y mi carnet de identidad en otro, por si
las moscas. No quería llevar un bolso porque eso gritaba claramente: ¡ROBADME!
Mackenzie
me recogió en taxi sobre las 20 y me percaté que íbamos más o menos igual,
exceptuando porque su look era algo más colorido que el mío. “¿Cualquiera diría que somos notables
abogadas eh?” dijo Mackenzie con una sonrisa. Llegamos al estadio de
baloncesto donde se celebraba el concierto y, tras una pequeña sorpresa,
Mackenzie nos llevó por un pasillo lateral, enseñó las entradas y entramos en
una zona vip muy cercana al escenario, con su propia barra y espacio suficiente
para 200 personas, aunque apenas llegaríamos a 100.
Antes
de que empezara el concierto, Mackenzie y yo no tomamos dos chupitos cada una
para evitar el molesto movimiento de vasos mientras saltábamos al son de la
música. Las próximas dos horas se podrían definir como sudorosas, atronadoras y
embriagadoras. Fuimos más veces a la barra a por más chupitos hasta que más que
bailar saltábamos descontroladamente sin sentido del ritmo. Reímos, gritamos, bailamos
y empujamos como buen asistente de concierto. El concierto acabó cerca de la 1
de la mañana, y tras conseguir una firma de todos los integrantes del grupo en
mi camiseta tras un pequeño sobornito al guardaespaldas, nos fuimos de copas
para mostrar nuestro logro al mundo.
Acabamos
en una discoteca cercana a la que más gente del concierto había asistido, así
que estaba a rebosar. Mackenzie pagó la entrada para la zona vip de nuevo y mi
nublado pensamiento no quería ni saber lo que se había gastado esa noche. Nos
sentamos, pedimos una botella de tequila y entablamos conversación con un grupo
de personas que también vino del concierto. Cuando la botella estaba vacía y
algunos del grupo empezaron a tomar sustancias algo más prohibidas, Mackenzie,
que estaba más que borracha, me arrastró hasta la pista de baile y bailamos
durante unos veinte minutos hasta que la música se tornó algo más suave y
sensual.
Mi
corazón comenzó a bombear en zonas donde no debería hacerlo. Mackenzie estaba
borracha, no sabía que se estaba frotando lujuriosamente contra mí… ¿Verdad?
Mis manos no tenían dueño. No deberían tenerlo cuando me encontré a mí misma
disfrutando de sus curvas contra mi cuerpo y mis manos rodeando su cintura y
apretándola más a mí. Tenía los ojos entornados y se acercó a mi oído a
susurrarme “Evelyn…yo…” no llegó a
terminar su frase debido a un par de estúpidos que pensaron que, como siempre,
dos tías que bailaban juntas lo hacían porque no querían estar solas. La saqué
molesta con ellos de la pista de baile, y tras ver que eran más de las 5 de la
mañana, la saqué de la discoteca y nos metimos en un taxi. En el camino se
quedó dormida sobre mí. Así que cuando llegamos a su piso tuve que llamar al
portero para que me ayudara a llevarla a su piso. Casi a rastras, llegamos
hasta el ático, que era todo para ella y el portero aguardó pacientemente en la
puerta mientras yo la llevaba, como podía, hasta el gran dormitorio. Le quité
los zapatos y la metí vestida para no caer en tentaciones prohibidas. Le dejé
una nota en su mesita de noche y volví a salir de la casa, donde el portero
esperaba casi preocupado. Le dije que ella estaba bien y él me agradeció que
cuidara de ella. Al llegar a mi propia casa me derrumbé sobre la cama sin desmaquillarme
siquiera y pensé en lo que podría haber sido.
El
lunes por la mañana me encontré con una Mackenzie avergonzada que no recordaba
apenas nada del sábado por la noche. Trajo café y bollos para las dos y tras
explicarle, omitiendo algunos detalles la noche, quedo, a mi entender, aliviada.
No sabía si sentirme aliviada o no porque no recordara su cuerpo pegado al mío,
de todas formas, lo prefería así. No me hubiera justado empezar nada de aquella
manera, borrachas y sin recordar nada…al menos ella. La semana trascurrió sin
incidentes. El miércoles recibí mi primer pago, el cual era superior a los 6000
dólares. Hice una transferencia a la organización de Janine de más de 2000
dólares y repartí otros 1000 entre una fundación para madres solteras o viudas
con problemas y el hospicio con menos benefactores de la ciudad. Mandé un
mensaje al hospicio para mantener mi nombre en el anonimato y afirmarle de mi
participación regular todo el tiempo posible. Le especifiqué que me gustaría
que estos primeros meses se invirtiera el dinero en el futuro material escolar
para los niños y el pago de cursos de idiomas para aquellos que lo necesitaran,
al menos durante los meses de verano. Puse en contacto a la directora con un
compañero que se dedicaba a enseñar inglés y español que aún no había encontrado
trabajo. Este me agradeció la oportunidad y me llamó jefa, ya que en teoría le
pagaba yo.
El
resto de la semana me lo pasé enfrascada en el mismo caso de la organización
que me tenía agobiada. El juicio era la semana que viene y tenía que demostrar
de alguna manera los engaños continuos del marido del cual mi clienta se quería
separar por varias razones, la primera, que era una homosexual obligada a
casarse cuando tenía 18 años tras quedarse embarazada tras una violación del
mismo, su familia, católica hasta la médula, no le permitió abortar y la obligó
a casarse con el que ahora era su marido por más de 5 años. Quería llevarse a
su hijo consigo a vivir con su amante. Apenas llevaban juntas 6 meses, pero
ella ya intentaba conseguir el divorcio desde hace dos años. El marido
descubrió que tenía una amante femenina y está usando eso como prueba principal
en los tribunales para así quedarse con el niño y su manutención. Estaba tan
enfrascada en mis apuntes que no noté cuando Mackenzie se puso detrás de mí hasta
que leyó parte de ellos en alto “Los
señores Hidalgo no son clientes nuestros…” cerré el expediente y las notas
de golpe, sorprendiendo a Mackenzie “No
lo son” dije sin más. Miré la hora y vi que eran más de las 19 “Dios, es tardísimo, nos vemos mañana”
antes de que pudiera responderme, salí pitando de allí. No sé porque no se lo
había dicho a Mackenzie. Sé que Don me apoyaba, pero no sabía cómo se lo
tomaría el señor Richardson si se enterara.
En
vez de ir a casa, me dirigí a la biblioteca municipal, donde había ido casi
cada noche después de tomar el caso. Sólo tenía tres días más. El lunes tenía
que presentarme al juzgado para perder, y no quería perder. Miré el reloj, ya
eran casi las 23 de la noche y no había sacado nada en claro. Una hora antes
llamé a Janine para decirle como iba y a pesar de su apoyo pude notar un deje
de decepción. Carla Hidalgo era una chica que llevaba yendo a la organización
casi dos años intentando conseguir ayuda para separarse del misógino de su
marido. Ya apenas soportaba vivir en su casa sin medicarse por los ataques
nerviosos que sufría.
Fui
a levantarme para ir a por un café a la máquina cuando alguien me puso un gran
vaso de café para llevar delante de mí. Al levantar mi mirada los dulces pero
acusadores ojos de Mackenzie, que me observaba con los brazos cruzados “¿Por qué no me lo dijiste?” bajé la
mirada, avergonzada. “Lo siento, no te
quería meter en esto. ¿Cómo me has encontrado?” “Don” dijo simplemente. “Pues vaya con el guardián de los secretos,
no ha durado ni dos semanas. ¿Qué te ha contado?” Mackenzie se sentó
enfrente de mí “Todo” tragué
ruidosamente “¿Todo?” “Hum-hun… me ha
contado que desde que llegaste has estado jugando a la doble vida ayudando a
una organización voluntariamente, que donas gran parte de tu sueldo a varias
organizaciones y fundaciones benéficas, que has presentado y ganado más de 7
casos este último mes aparte de los que haces en el bufete y…” ay Dios, no
me digas que también… “que casi te
auto-despides si el bufete no aceptaba tus participaciones voluntarias en la
organización” uf… por poco. “¡Oh!
Casi se me olvida” se levantó y se sentó a mi lado mirándome de frente “Y que eres lesbiana” antes de que
pudiera reaccionar, me cogió la cara con ambas manos y juntó nuestros labios en
un beso dulce y profundo. Al separarse suspiró profundamente y dijo, mirándome
fijamente “Llevo queriendo hacer esto
desde que te vi hace más de un año vestida con ese horrible uniforme amarillo y
ese gorrito de Fez rojo. Estuve a punto de poner una reclamación por hacer
vestir así a los empleados, pero no hacía más que pensar en que si estabas
preciosa así vestida debías estar despampanante sin nada de ropa” no sé en
qué parte de la frase se me desencajó la mandíbula, pero no era capaz de pensar
nada.
“Dios, di algo, ahora mismo me estoy
muriendo de vergüenza y…” no la dejé
acabar, no podía. La atraje de nuevo hacia mi boca y nos fundimos en un largo y
húmedo beso. Quería decirle sin palabras todo lo que había sentido desde que la
conocí. Acabó sentada en mi regazo y sólo nos separamos cuando necesitamos algo
de oxígeno. “Mackenzie…” dije,
mientras le acariciaba suavemente el rostro, que estaba a escasos centímetros
del mío “…llevo obsesionada contigo desde
que saltaste a aquella pobre ancianita el primer día que te vi…” Mackenzie
sonrió ante nuestra querida señora gruñona “…pero
lo más importante… es que desde que te conozco, estoy completa y absolutamente
enamorada de ti” vi como una gran lágrima corría por su mejilla, a la que
siguieron otras tantas mientras ella se tapaba la boca con una mano. Limpié con
suaves besos sus lágrimas hasta que dejó de llorar “Cómo no digas algo ahora voy a ser yo la que se muera de vergüenza”
no tenía miedo. Estaba aterrada. Si es que soy una burra. Anda que decirle sin
más lo que siento cuando apenas llevamos unos minutos juntas… saqué mí pañuelo
y se lo entregué para que se secara el resto de las lágrimas.
Se
destapó la boca, y tras varias respiraciones profundas dijo “Sabes, durante dos largos meses esto era lo
único que pensé que me quedaba de ti. Al principio me enfadé conmigo misma por
no haberte dicho nunca nada después de verte casi diariamente durante un año.
Pero tenía tanto miedo. Eras una chica preciosa. Cada día que iba veía como
todos se quedaban embelesados con tu sonrisa, tu preciosa voz, tu precioso y
salvaje pelo rojo o tus increíbles ojos azules. Apenas podía contemplarte más
de cinco segundos antes de ponerme a babear. Tras un par de semanas estaba tan
triste pensando que no te volvería a ver que llevaba a todas partes tu pañuelo.
Seguía yendo diariamente al supermercado a ver si aparecías por casualidad y me
giraba cada vez que veía a una pelirroja por la calle deseando que fueras tú”
agarró fuertemente el pañuelo contra su pecho “Cuando te vi en el despacho de Don apenas podía creérmelo, pensaba que
estaba alucinando. ¿Esa mujer elegante y profesional era realmente la misma
joven cajera que tanto deseaba que fuera? Lo único que sabía de ti eran tus
iniciales y cuando Don nos presentó y vi como tu mirada me reconocía estuve a
punto de llorar de felicidad. Necesite de toda mi fuerza de voluntad para ser
una persona coherente. Casi me enfadé contigo por tener que devolverte mi más
preciado tesoro tuyo” sonrió mientras acariciaba el pañuelo con cuidado “Casi estuve a punto de decirte ese mismo
día que la única razón por la que iba al supermercado era para verte a ti y
cuando me pediste salir no pude contener mi alegría y acepté sin
contemplaciones. Tuve que frenar mi entusiasmo porque ni siquiera sabía si te
gustaban las mujeres o incluso si te gustaba yo. Nos lo pasábamos tan bien
juntas que tuve miedo de tenerte tan cerca como amiga y no poder disfrutar de
ti como compañera” noté como mi rostro se humedecía y no sabía cómo
pararlo…me sentía tan bien… “Te amo,
Evelyn Doherty”.
Me
apreté contra ella en un fuerte abrazo y lloré y lloré de felicidad en su
hombro. Dios, estaba tan feliz. Sentí como me asfixiaba de felicidad, como mi
corazón latía y latía en mi pecho, tan rápido como el suyo. Como sus lágrimas
se mezclaron con las mías.
Nos
separamos lentamente y nos miramos con amplias sonrisas en nuestros rostros “Supongo que ahora es cuando te pregunto si
quieres ser mi novia” dije dándole un pequeño beso en la nariz. Ella
respondió dándome un beso en la mía “Creo
que tengo que pensármelo” hizo un mohín precioso y no pude más que hacer mi
mejor puchero intentando aguantarme la risa “¡Serás
mala! ¡Pues ya no quiero ser tu novia!” “No,
no, sí quiero, ¡sí quiero!” nos besamos dulcemente durante unos segundos
hasta que una mujer carraspeó a nuestras espaldas.
“Sí, sí, todo muy bonito y eso, pero
estamos en una biblioteca pública y hay personas a las que no les gusta el
ruido y las muestras de afecto en público…” y luego susurro para sí, aunque conseguí oírlo “…Y más las bibliotecarias que llevan meses sin sexo…”
Mackenzie
y yo recogimos corriendo mis cosas y el café que ya estaba frío y salimos
corriendo de la biblioteca. Nada más salir rompimos en carcajadas por el
comentario de la bibliotecaria y nos fundimos de nuevo en un fuerte abrazo
lleno de pequeños besos y caricias. “Quiero
que pases el fin de semana conmigo” me extrañé ante el repentino
ofrecimiento “No es demasiado pron…” me
tapo la boca con un dedo “No es lo que
crees” dijo ruborizándose “Quiero que
te quedes y así podremos trabajar juntas en tu caso…hacemos muy buen
equipo…además, me gustaría también formar parte de esto” le di un largo
pero casto beso de agradecimiento “Gracias”
La Joven Cajera by Belladonna Literaria is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
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