CAPÍTULO 3
Agaché
la cabeza en la ducha, para así ahogar lo poco que me quedaba de tensión bajo
el agua caliente. Al abrir los ojos pude ver el agua un poco teñida de
negro…era lo malo de las bombas de color, si no te las echabas continuamente el
pelo volvía a su estado original, y los intermedios eran bastante
horribles…mañana tendría que comprar algo de tinte o volver a la peluquería a
recuperar mi pelo rubio…
Salí
de la enorme ducha y me enrollé en la mullida toalla azul que me habían dejado,
junto con tantas otras que no sabía para qué servían…incluso había una con
forma de manopla…en fin. Avancé hasta el espejo y vi mi labio partido y el
moratón de mi mejilla…tampoco estaba tan mal, aunque el lunes en clase la gente
preguntaría en qué líos me había metido.
En
el armario del espejo había un montón de cremas y productos de belleza aún sin
abrir y me escandalicé al pensar que sólo hubieran puesto más de 300 libras en
cosas que seguramente no usaría. Cogí el cepillo de dientes y la pasta dental y
comencé a lavarme los dientes con parsimonia. Nunca en mi vida había sentido
una pasta dental que picara tanto de lo mentolada que era. Dios, ¡esto debe
tener arsénico! Cogí el enjuague bucal y nada más metérmelo en la boca sentí
como mis lágrimas se disparaban sin poder evitarlo. Lo escupí al lavabo y me
enjuague rápidamente la boca con agua, pero el sabor a disolvente seguía en mi
boca. ¡Por el amor de cristo! ¿Qué pasó con esos mejunjes de flúor de fresa tan
suaves que nos daban en parvulario? Estaba segura que me había quedado sin
papilas gustativas hasta el mes que viene…me quieren matar a base de limpieza
extrema…
Me
volví a extrañar al encontrarme en la gran habitación con cama de matrimonio
que me habían dado en la mansión. Estaba situada en el tercer piso y según
entendí era la habitación para invitados de larga estancia. Tenía más armarios
de los que realmente necesitaba y espacio de sobra para correr en círculos sin
problemas. Aquí dentro cabrían al menos cuatro habitaciones del orfanato…
Me
puse unos pantalones cortos de chándal gris y una camiseta de tirantes negra.
Nunca he tenido pijama y no pensaría empezar a llevarlo por muy pija que fuera
la habitación donde me encontrara. Al mirar el reloj vi que aún no eran las
once de la noche y a pesar de que la ciudad de Londres se fuera a dormir a las
siete de la tarde, yo no podía dormirme hasta la madrugada del domingo, así que
salí sigilosamente de mi habitación y deambulé un poco por la tercera planta,
pero sólo había un montón de puertas cerradas con llave, por lo que supuse que
se trataban de más habitaciones de invitados.
En
la segunda planta había menos habitaciones y no tarde en averiguar cuál sería
la de Elizabeth, ya que era la única que tenía la puerta en un claro rosa
pastel, mientras todas las demás de la planta eran de color hueso. Estuve
tentada a entrar para fisgonear un poco, pero vi que la luz de la habitación
estaba encendida y no quise correr el riesgo.
Bajé
a la planta baja y fui directamente a las cocinas, situadas detrás de las
escaleras de entrada. Allí, una señora de aspecto afable fregaba lo que supongo
sería los instrumentos usados para hacer la cena. Entré tan silenciosamente que
cuando la mujer me vio dio un brusco salto que hizo que la tapa de metal que
estaba fregando cayera estrepitosamente contra el resto de cachivaches de
cocina.
-
¡Válgame Dios señorita! Me ha dado usted un susto de muerte… poco más y rompo
toda la cocina – Me dijo molesta.
-
Lo lamento, sólo venía por un vaso de agua… - Dije, dirigiéndome hacia la jarra
de agua que se encontraba en una de las encimeras.
-
No señorita, ¡esa agua es del grifo! Tiene usted agua embotellada en las
neveras… - Dijo, secándose las manos, con intención de buscar las botellas.
-
No se preocupe, de verdad. He bebido toda la vida agua del grifo y por ahora no
me han salido cuernos… - Dije mientras me echaba agua en un vaso cercano. –
Aunque quien sabe, últimamente el Támesis no está muy limpio que digamos… -
Dije con una amplia sonrisa, que pronto le contagie a la afable señora.
-
Señorita, para la próxima vez sólo tiene que llamarnos para que le llevemos lo
que quiera a la habitación…para eso estamos. – Dijo aun sonriendo, aunque con
tono de reprimenda. Terminé mi vaso y me acerqué a la pila con la intención de
lavarlo, pero la señora me lo quitó de las manos velozmente como si me
estuviera quemando. – ¡De eso nada! Cómo el señor la vea a usted fregando me
quedo sin trabajo… ¡Habrase visto! – Dijo mientras lo fregaba con fuerza.
-
Está bien, nada de fregar, lo prometo. – Dije alzando las manos a modo de
disculpa. Me senté en un sillín alto y observé como la señora seguía fregando
sus trastos durante un par de minutos, hasta que ésta se giró y me miró con
cara de “¿Por qué demonios sigue usted aquí?” así que me levanté y me preparé
para irme. – Por cierto, soy Alexia. – Dije, tendiéndole una mano. Ella se secó
las suyas y después de mirar a su alrededor buscando posibles espías del
servicio, me la estrechó con amabilidad.
-
Ruth, señorita. – Dijo sonriente.
-
Sólo Alex, por favor. Si quieres decirme señorita cuando estemos delante de
Will o Elizabeth me parece bien, pero cuando estemos a solas sólo quiero que me
digas Alex, ¿De acuerdo? – Ruth parecía reticente, pero asintió en un leve
movimiento de cabeza.
-
Esta bien señorita Alex. – Suspiré y la miré con falsa molestia. Bueno, llevará
su tiempo. Estaba por salir de la cocina cuando pensé en algo.
-
Por cierto, ¿no tendrá la casa por casualidad una sala de música o algo así? –
Pregunté esperanzada.
-
Por supuesto que sí, la señorita Kensington la utiliza como salón de baile para
ensayar sus clases de ballet… - Cómo no… la pija baila ballet…
-
¿Podría decirme dónde está?
-
¡Claro! Es la sala que está justo al lado de la biblioteca. No está
insonorizada del todo, pero no creo que moleste a nadie…
-
Gracias Ruth…buenas noches. – Le dije marchándome.
-
Buenas noches señorita Alex…
Cuando
salí al vestíbulo me dirigí hacia la sala de música, pero antes de llegar
escuché algunos gritos ahogados proviniendo de la biblioteca. La puerta estaba
cerrada, pero aun así la voz que atravesaba los muros era inconfundible… “¡Ni muerta pienso dejar que esa don nadie
me siga a todas partes…!” Tranquila cielo…para mí tampoco es un camino de
rosas…
Preferí
marcharme de allí antes de que me pillaran escuchando a escondidas y me adentré
rápidamente en la sala de música encajando la puerta con cuidado. La habitación
era una gran sala con suelo de parqué y grandes espejos en las paredes. Era sin
duda un estudio de danza… vi lo que buscaba al fondo de la sala. El gran piano
de cola negro estaba cerca de unos amplios ventanales abiertos que me darían la
luz suficiente como para poder tocar sin necesidad de encender las luces. Había
una serie de sillas colocadas alrededor de los instrumentos, supongo que para
cuando se celebraran fiestas o pequeños conciertos en la casa. Era un piano de
media cola de Bösendorfer, por lo que supuse que al menos costaría cincuenta
mil libras, algo bastante más caro que él humilde Yamaha electrónico de la
Academia o el vertical de la iglesia del orfanato. Levanté la tapa superior y
toqué algunas notas para habituarme al sonido y comprobar que efectivamente
estaba afinado. Al mirar el reloj de mi muñeca me di cuenta de que ya eran las
doce de la noche…
-
Espero que os guste por vuestro aniversario… - Le dije a la sala vacía.
Oculta Entre Las Sombras by Belladonna Literaria is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
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Capítulo de transición para conocer mejor a la protagonista... y me gusta q sepa tocar el piano...
ResponderEliminarCapítulo de transición para conocer mejor a la protagonista... y me gusta q sepa tocar el piano...
ResponderEliminarEsta historia promete mucho, quisiera saber en horarios se publicara , me has dejado muy picada, ya tengo muchas ganas para que salga la continuacion. Un abrazo a la distancia , desde mi hermoso pais bolivariano
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