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miércoles, 13 de marzo de 2019

El Despertar De Las Brujas - Capítulo 3


Capítulo 3: La Caza Lunar



- ¿Señorita Ada? ¿Señorita es usted? – La voz de Ben, nuestro mozo de cuadra, me asustó. - ¿Qué hace aquí señorita? La Caza Lunar está a punto de empezar y los señores están empezando a alterarse.
- ¿Ben? ¿No ha oído usted eso? – Estaba en shock. Mi padre y los McCloud, el guardapelo palpitante en mi pecho… y esa bestia. Ese desgarrador sonido no paraba de repetirse en mi cabeza.

- ¿El qué señorita?
- Era como un animal salvaje…chillando.
- Yo no he oído nada señorita. Serán los nervios por esta noche. – Ben sonrió. – Debemos irnos señorita. Todo el mundo la está esperando en las lindes del bosque. – Fuera de mí, dejé que Ben me guiara fuera del cobertizo, y ni siquiera el aire frío que cortaba mis mejillas borraba de lo que acaba de pasar. Casi ausente, vi como el camino desde mi casa a las lindes del bosque estaba marcado con antorchas y cubierto de ramas de pino. Hermoso pero incómodo, ya que tuve que sujetarme los bajos del abrigo para que no se enganchara en las punzantes ramas.
Al final del camino, un pequeño escenario me esperaba, con mi madre a la derecha, y mi padre a la izquierda. Sus miradas iban de la preocupación al enfado.
Ben me ayudó a subir los escalones hasta que mi madre sujetó mi mano encima del escenario, colocándome justo en el centro. A mis pies, más de tres docenas de hombres esperaban con arcos y lanzas, rodeados por las antorchas y fusiles de sus familias y amigos. Reconocí a muchos de ellos, y a muchos otros no. A algunos ni siquiera les había salido aún la barba y otros habían pasado más de una cosecha bajo el sol. Pero ninguno de ellos importaba, ya que el chico a la derecha, cubierto de pieles, iba a ser su futuro marido. Golpeaba su pecho impaciente, mientras me miraba con ojos enérgicos.
- ¡Hermanos de Korn! Bienvenidos a La Caza Lunar. – Gritó mi padre, para que todos le oyeran. – Esta noche tenemos el honor de presentar a nuestra querida hija como tributo en este ritual sagrado. – Sin previo aviso, sentí como Padre tiró de mi abrigo, dejándome sólo con el fino vestido de gasa blanca. – ¡Joven y pura! La criatura más hermosa que alguna vez hayáis visto. – Pude notar en mi piel las miradas de todos los hombres frente a mí. Extasiadas y voraces al mismo tiempo. – Todos los Amantes podrán competir para conseguir el amor de la Amada y la bendición del bosque. – Madre se agachó y empezó a quitarme los zapatos. Tenía ganas de llorar. Me sentía igual que la carnaza. – Rindamos culto a nuestros ancestros y comencemos La Caza. – Ben acercó un rifle a Padre y este lo alzó sobre nuestras cabezas, apuntando a la Luna con él. – ¡Amantes… a la caza del venado blanco! – Al mismo tiempo que el disparo rompía el murmullo de las voces de los hombres, estos gritaron y corrieron hacia el bosque, fusiles y arcos en mano. El pueblo aplaudía y algunas personas brindaron mientras vitoreaban y animaban a los hombres a entrar en el bosque.
- ¡Grrrr! – Un sonido, ronco y profundo, paró en seco a los hombres y dejó el claro en completo silencio. Oí a mi corazón latir con ferocidad mientras oíamos unas fuertes pisadas acercarse a nosotros.
- ¿Pero qué demonios…? – Padre no pudo terminar de hablar, ya que un nuevo rugido surgió del bosque, esta vez mucho más cerca que antes. Hombres y mujeres comenzaron a huir despavoridos hacia sus hogares entre gritos de miedo y pavor. - ¡Preparad vuestras armas!
Los hombres que estaban más cerca del bosque, retrocedieron y apuntaron temblorosos a la oscuridad del bosque. Sus fusiles iban nerviosamente de un lado a otro de las lindes del bosque, mientras oían las pisadas retumbar, sin lógica aparente.
- Rose, llévate a Ada dentro. – Gruñó mi padre entre dientes, recargando su rifle. - ¡Ya! - Madre se acercó a mi asustada y tiró de mi brazo. Pero mayor fue mi sorpresa cuando vi cómo se trastabillaba lejos de mí sin llegar a moverme ni un ápice. - ¡Ada! ¿Qué demonios haces? – Madre, extrañada, volvió a intentar tirar de mí, pero fue imposible. No podía moverme. - ¡Muévete! – Gritó Padre. Vi como hacía el amago de empujarme, pero en vez de moverme yo, fue él el que salió disparado por su propia fuerza lejos de mí.
- ¡Hija! – Madre parecía asustada, pero yo no entendía realmente lo que pasaba. Intenté moverme. Pero fui incapaz de hacerlo. Cuando lo intentaba notaba una especie de cansancio rodeando mis piernas y brazos. Era tan cómodo estar simplemente parada aquí. – Vamos cariño… tenemos que ir… - La voz de Madre se enmudeció, al ver como el colgante en mi cuello salía de su escondite y comenzaba a brillar.
- ¡Cielo Santo! – gruñó padre enfadado. - ¿Pero qué has hecho? ¡Te dije que eso era cosa de brujas! – Padre volvió a subir e intentó arrancar el colgante de mi cuello, pero en cuanto su mano lo rodeo un grito espeluznante salió de su boca. - ¡Ahhhh! – La mano de Padre estaba ardiendo.
- ¡Señor! – Ben tiró a mi padre al suelo y apagó las llamas enterrando su mano en la nieve. – Oh Dios mío… - Los ojos de Ben miraban detrás de mí, hacia el bosque. - N-no…n-no es p-posible. – Vi como Ben salía corriendo hacia la casa y la cara de mi madre se descomponía en gritos y lágrimas de terror.
Los disparos comenzaron a sonar así como el sonido estrangulado y desagradable de la carne desgarrándose. Gritos ahogados llenos de suplicas y rezos a dioses hace mucho tiempo olvidados. El miedo me ahogaba, quería huir, pero por más que lo intentaba mi cuerpo no se movía. Mi los ojos suplicantes de Madre mientras intentaba de nuevo moverme.
- Cariño por favor… - Nunca había visto a Madre tan desesperada.
- ¡Rose! – Padre comenzó a tirar de Madre hacia la casa, apuntando con el fusil detrás de mí. Quería gritar, pero ni siquiera encontraba mi voz. No me dejéis por favor… por favor. – ¡Vamos Rose! ¡No podemos hacer nada!
- ¡Es mi niña! – Madre intentaba deshacerse del abrazo de Padre y volver junto a mí. -¡Suéltame! ¡Suelt…! – Madre cayó inconsciente tras el golpe que Padre le dio en la cabeza. Este ni siquiera miró atrás cuando la metió en casa… Ni siquiera hizo el amago de disculparse por dejarme allí.
Detrás de mí ya no se oía nada más que el jadeo exhausto de una bestia que se acercaba cada vez más. Sabía que mi muerte estaba cerca, sólo esperaba que fuera rápida. Fue entonces cuando al fin conseguí moverme, pero no como yo hubiera querido.
El colgante giró en mi cuello, tirando de mí hasta volverme por completo. Quise cerrar los ojos para no ver llegar mi muerte, pero mis parpados no respondían.
Antes mí, una enorme bestia de color negro y ojos verdes completamente ensangrentada. A su alrededor, los cuerpos de varios de los hombres estaban hechos pedazos, incluido el de John McCloud, que tenía su pecho completamente desgarrado.
La sangre y las babas de la bestia goteaban de sus dientes de metal, y el aire que salía de su enorme hocico echaba hacia atrás mi cabello, abarcándome con un olor denso y cálido que me hizo estremecer.
El collar temblaba en mi cuello, señalando a animal de manera violenta. El cual pareció percatarse de su presencia. Sus pupilas casi ocuparon por completo su iris y vi con horror como acercaba sus dientes a mi cuello. Un dolor candente rodeó mi cuello, sentí como mi piel ardía bajo la luz roja del guardapelo. El dolor era insoportable… Por favor, ¡Basta! ¡No puedo más!
- ¡Grrrrrrr! – de repente, la bestia se contorsionó violentamente antes de alcanzar mi cuello, huyendo de la luz roja del guardapelo. Pero había algo más. Intentaba morder algo en su espalda. Fue entonces cuando vi el saco negro que se zarandeaba a los pies de la bestia. Para mi horror, vi como un brazo salía del saco inerte. ¿Otra pobre alma muerta por esta bestia?
Pero había algo… una pequeña luz roja que salía de su mano. Nada más verlo, el calor intenso en mi cuello paró, seguido de un violento tirón que me lanzó hasta el saco negro, y con ello, también a las garras de la bestia.

**********

- ¡Aunch! – llevé mi mano a la cabeza. Un intenso dolor punzante palpitaba encima de mi ojo izquierdo. ¿Qué había pasado? Lo último que recordaba era… ¡La bestia!
Miré mi brazo derecho, encontrándome con demasiadas cosas que no tenían sentido. El anillo que el Archimago Maddox me había dado estaba brillando, y pegado a él había un Colgate que brillaba con la misma luz, pero no estaba solo. Una chica de cabello negro lo llevaba alrededor de su cuello.
- ¡Por la Diosa! No puede ser que mi familiar sea un cambia formas. – Que mala pata. ¿Qué dirán en la Torre? Kendra se reirá de lo lindo cuando se entere… Yo sólo quería un…
- ¡Oye tú! – Pillada completamente desprevenida, lancé un hechizo petrificante, notando como  algo pesado caía en mis piernas. Al mirar, me encontré con un pequeño gato negro de melena desgreñada y ojos verdes. - ¡Malditos hechiceros! ¡Deshaz el hechizo ya! – Dolorida, me erguí, mirando desdeñosa al “gato”.
- Tú no eres un gato. – Sin moverse, el gato puso los ojos en blanco.
- Salió lista la brujita. Desátame si no quieres que te destripe con mis zarpas. – tras varios bufidos, el gato se quedó bocabajo por la fuerza de los soplidos. - ¡Ah!
- ¿Con qué zarpas? – Me reí. Probablemente era un demonio del bosque, son todos unos tocanarices. Conseguí levantarme con dificultad e intente acercarme a la chica morena. Cuanto más me acercaba a ella más fuerte brillaban las piedras. Seguro que esto le va a encantar a Maddox. Estaba a punto de despertarla cuando noté un tirón el mi brazo derecho. Cuando miré, vi que el gato aún petrificado intentaba dar pequeños saltitos lejos de mí. Volví a mirar mi brazo y finalmente caí. - ¡No!
- Sí. – Dijo el gato. – Ahora si te parece bien, desátame esclava. Tenemos cosas que hacer.
- ¿Disculpa? Esto. – Señalé mi brazo derecho. – Te hace a ti mi familiar. Mi ayudante. Tú deberías obedecerme.
- ¡Já! En tus sueños brujita. – Furiosa. Deshice el hechizo de petrificación, viendo como al instante el gato intentó huir.
- ¡Alto! – al notar una leve presión en mi brazo derecho, vi como el gato se paraba en seco.
- ¡Mierda de burra! – se quejó el pequeño demonio peludo.
- Esa boca. – Me acerqué de nuevo a la chica, apartándole el cabello de la cara. – Vaya… - la joven tenía una belleza singular. Dudaba de que no fuera una ninfa del bosque por sus rasgos, pero no tenía raíces ni hojas en su piel. Y el sol estaba justo encima de nuestras cabezas, así que el vampirismo también estaba descartado a pesar de esta piel tan pálida. Y si fuera una maga, habría estudiado en Baraklar con nosotros. - ¿Qué hago ahora contigo?
- ¡Mátala! Es un demonio. – Bufó el gato.
- Mira quién fue a hablar. Eres un Faldur, aprendí sobre vosotros en la Torre. Siempre creí que ya no quedaba ninguno.
- Un Faldur… Já. Esos demonios no tienen nada que hacer conmigo.
- Lo que no me explico es por qué tienes esta forma. Pierdes mucho después de haberte visto con los dientes de metal y todo ese rollo de medir tres metros.
- ¡Te lo he dicho! Ella es el demonio. Me ha quitado mi bella forma y me ha convertido en este peluche horrendo.
- No parece un demonio…
- ¡Ah! Guárdate lo que tengas entre los pantalones y hazme caso. Es un mal agüero. Por mi hermosa que sea no deberías caer en sus redes. Ya lo verás. Seguro que cuando se despierte te contará alguna historia rara e intentará convencerte de que ella es pura e inocente… y luego por la noche. – Hizo un gesto raro con la pata. – ¡Ras! Brujita muerta.
- Me atendré a las consecuencias. – Dios, esto se estaba complicando. Saqué de mi zurrón un pequeño trozo de cristal. – Archimago Maddox. – Al instante, la imagen de Maddox se reflejó en el espejo. ¿Archimago, me oye?
- ¿Myrna? ¿Tienes algo interesante para mí? – Maddox se asomó por el cristal, dejando que parte de su cabeza saliera de él como un reflejo. – Vaya, vaya… eres una caja de sorpresas Myrna.
- Para mí que tengo mala suerte. ¿Qué hago con ella?
- Tráela a la torre, al igual que este nuevo pequeño amigo tuyo. Pero intenta que no se despierte. Algo me dice que tendremos que darle un despertar algo más sereno a nuestra pequeña amiga extranjera. – Maddox empezó a alejarse.
- ¡Espere! Cuando desperté vi que el anillo que me dio brillaba, estaba pegado al collar que lleva la chica al cuello.
- Interesante… muy interesante. – Y Maddox se marchó.
- Gracias por su ayuda, como siempre. – Suspiré con desgana. – Hora de ponerse en marcha gato.
- No me llamo gato.
- ¿Y cómo te llamas entonces? – El gato no respondió. – Si no tienes nombre entonces te pondré uno… ¿Qué tal…Bigotitos?– El gato bufó en desacuerdo.
- Puedes llamarme Lugh, esclava.
- Mucho mejor así. – Con cuidado, lancé un hechizo de levitación y coloqué a la chica delante de mí, con la mala suerte de que su vestido se deslizó, dejándome ver algo que no debería haber visto. – uh… - nerviosa, perdí la concentración y la chica cayó al suelo bruscamente.
- ¡Ay! – gimió de dolor la chica.
Genial. Simplemente genial.

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