CAPÍTULO 2
¿Cómo
es posible que la noche que cumplo mi mayoría de edad ante la Ley acabe metida
en prisión? Debe ser todo un récord.
Ahora
ni siquiera sabía qué hacer. Si Sor Agustine se entera de que estoy aquí metida
me sacará a patadas del orfanato… a fin de cuentas, ya no necesita hacerse
cargo de mí…aunque siempre esperé que al menos me permitiera acabar los
estudios antes de sacarme de allí a patadas.
-
¿Alexia Buckley? – Preguntó un hombre trajeado que se acercó a la celda donde
yo y otras cuatro desgraciadas nos encontrábamos.
-
Servidora. – Dije, creyendo que se trataba del abogado de oficio que me habían
impuesto. – Y vuelvo a decir que yo no le he hecho nada a…
-
Lo lamento señorita, la sacaré de aquí ahora mismo. – Dijo el presunto abogado.
-
¿Quién es usted? – Pregunté sin comprender.
-
Oh, disculpe mi falta de educación, soy George MacAdams, abogado de la familia
Kensington. – Dijo, estrechándome la mano, una vez que un guardia me sacó de la
celda. – El médico se encargará de atenderla en cuanto llegue a la casa…
-
Disculpe, ¿Pero cómo que a la casa? En el orfanato no hay…
-
Me refería a la Mansión Kensington, por supuesto. – Dijo, mientras avanzaba
hacía la salida de la comisaría. – Y ahora, si es tan amable de seguirme hasta
el coche, la llevaré allí lo antes posible.
Yo,
extrañada, le seguí hasta el exterior, donde nos esperaba una pequeña limusina
negra con el escudo de la familia Kensington. Al entrar en ella, tuve la misma
sensación que debe tener un ratón asustado metiéndose en la boca de un lobo
dormido, esperando a éste cerrar la boca de golpe y tragárselo sin esfuerzo…
El
señor MacAdams se sentó a mi lado en silencio, leyendo unos papeles que llevaba
en su maletín. El hombre no podía ser mayor de los 40 o 45 años, sin embargo
aparentaba ser muchísimo más joven con su pelo teñido de castaño oscuro y unos
ojos tan azules como el hielo…ciertamente daba muy mala espina.
20
minutos más tarde llegamos a nuestro destino, y si acaso antes había pasado
delante de la mansión y me había asombrado de su ostentosidad, ahora que me
encontraba de bruces con la puerta principal pensaba que me encontraba entrando
en el mismísimo castillo de la Reina Victoria. Un mayordomo, supongo, abrió la
puerta y nos hizo pasar a George y a mí.
-
Si me permite su chaqueta señorita, la mandaré a la lavandería y la pondré con
el resto de sus cosas. – Miré al mayordomo extrañada.
-
¿El resto de…mis cosas? – George se adelantó al mayordomo al responder.
-
Oh, siento comunicarle que el centro en el que se encontraba su residencia no
ha querido hacerse cargo de su situación y el señor Kensington ha visto
conveniente que se trasladaran sus pertenencias aquí mientras el tema a tratar
se solucionase.
-
¿Qué tema a tratar? – Pregunté, cada vez más alterada. Me acababa de enterar
que ya no tenía ni siquiera un lugar donde dormir. ¡Genial! ¡Sencillamente,
genial!
-
Por favor señorita Buckley, el señor Kensington hablará con usted en unos
minutos. Si es tan amable de seguirme a la biblioteca. – Seguí al señor
MacAdams hacía una gran puerta de roble situada a nuestra derecha. Al abrirla,
no pude ocultar mi asombro ante la cantidad ingente de estanterías llenas de
libros de todos los tamaños. Sería tan feliz de tener una habitación así…
-
Es magnifica… - Susurré sin poder evitarlo.
-
A mi difunta esposa le encantaba la lectura. – Dijo una voz al fondo de la
habitación. El dueño de esa voz se levantó de un sillón orejero de cuero verde
que miraba de cara a una gran chimenea de piedra. El hombre, de pelo canoso y
profundos ojos verdes, sujetaba en una mano un vaso con un líquido color
caramelo mientras que con la otra fumaba un puro, que seguramente era habano. -
¿Te importaría compartir un momento conmigo antes de que te vea el médico? – Me
dijo con tranquilidad. El señor MacAdams me hizo un gesto con el brazo para que
avanzara hasta el sillón continuo al del señor
Kensington. Al sentarme, me miró durante un largo rato y luego dijo. - ¿Te
apetece una copa de Whisky Escocés? Es un Chivas Regal de 18 años muy bueno. –
Dijo mientras señalaba su vaso.
-
No, gracias. – Dije sin más.
-
Parece que esos brutos se han ensañado contigo. – Dijo, señalándome la mejilla
donde me habían pegado. No me hacía falta mirarme en un espejo para saber que
tenía el labio partido y la mejilla izquierda completamente hinchada. – Lo
lamento de veras, créeme. – Dejó el vaso de whisky en la mesa de caoba baja que
había frente a él y dio una profunda calada al puro. – Ante todo he de
presentarme. Soy William Arthur Kensington Segundo, aunque espero de todo
corazón que a partir de ahora me llames simplemente Will, odio tener un nombre
tan largo. – Dijo riendo, mostrando su perfecta dentadura blanca.
-
Disculpe señor…peor aún no sé qué hago aquí. – El señor Kensington dejó de
sonreír al instante, y comencé a sentir pánico, aunque mantuve la compostura.
-
Estas aquí porque quería darte las gracias por salvar a mi hija. – Dijo con
expresión seria. – Esta tarde mi hija se encontraba sola en una fiesta de
sociedad y esos desgraciados aprovecharon para llevársela e intentar
chantajearme. No es la primera vez que lo intentan, pero de eso fue ya hace
muchos años y creí que se había acabado. – El señor Kensington se detuvo y
contempló durante un largo rato el fuego. – Señorita Buckley, mi hija ya me ha
informado de que ustedes van juntas a la Academia Hamilton y que a pesar de
ello no frecuentan los mismos círculos. Entiendo que lo que voy a proponerle no
le guste, pero debido a las circunstancias no me queda otra opción. – El señor
Kensington volvió a mirarme con sus profundos ojos verdes. – Me gustaría
ofrecerte mi casa hasta que seas capaz de mantenerte por ti misma. Sé que hasta
ahora vivías en el orfanato del Sagrado Corazón y que debido a este incidente
no te permiten volver allí. He intentado ponerme en contacto con alguien
cercano a tu familia pero…
-
No hay nadie. – Dije seriamente. – Y la caridad del orfanato es demasiado cara
para gastarla en alguien como yo.
-
No entiendo por qué. – Dijo el señor Kensington. – Vas a una de las mejores
Academias del país becada por tus increíbles notas y tu comportamiento… casi impecable.
Tienes talento en las artes y tus profesores te han recomendado para conseguir
una beca en el University College Lodon
y no me extrañaría nada que la consiguieras…
-
Todo eso está muy bien…Will. Pero hace mucho tiempo descubrí que no hay nada
que se ofrezca gratis…ni siquiera como agradecimiento. Ayudé a su hija sin ni
siquiera saber que era ella y por si su hija no le ha informado, no es que nos
movamos en diferentes círculos, es que simplemente ella me aplasta a su paso. –
El señor Kensington empezó a reírse con fuerza y yo me extrañe.
-
Cielos hija, tienes un par bien puesto. Hace años que nadie me habla así
excepto mi hija. Y tienes razón en todo. Sé que mi hija no es un angelito y
también averigüé lo suficiente para saber cómo te ha estado tratando estos
últimos años. Pero también debes entenderla, ella también perdió a su madre
siendo una niña, y me temo que tampoco paso demasiado tiempo en casa como para
enseñarle cómo comportarse con los demás… y en cierta manera, entiendo por qué
te ha elegido, es como su madre de joven…
-
¿A qué se refiere? – Pregunté, ahora sin miedo. Will me caía bien.
-
Supongo que eso ya te lo dirá ella si llega el momento. – Yo me extrañe, pero
me centré rápidamente en lo que quería saber.
-
Entonces, ¿Qué es lo que quiere que haga a cambio de la ayuda que me ofrece?
-
Eres una chica lista Alexia… lo que quiero que hagas es que vigiles a
Elizabeth.
-
Pero… ¿No sería más fácil contratar a unos guardaespaldas o algo así? –
Pregunté extrañada e internamente molesta. No me apetecía nada pasarme los días
pegada al trasero de esa niñata consentida.
-
Créeme, lo he intentado, pero Elizabeth no me lo permite. Piensa que la estoy
controlando e incluso después de esta noche no quiere ni que se lo mencione… -
Will me miró intensamente durante un instante. – Por favor Alexia, sólo
necesito tiempo para encontrar al que esté detrás de todo esto, después, serás
libre de hacer lo que quieras, te lo prometo. – Todo esto era demasiado raro,
demasiado surrealista para ser verdad. ¿De verdad me estaban ofreciendo ser el
nuevo perrito faldero de Elizabeth? Dios…si no me queda otra.
-
De acuerdo, Will…pero con una condición.
-
Lo que quieras, Alexia. – Me dijo Will feliz.
-
Sólo responderé ante ti. No pienso dejar que Elizabeth me trate como a su
sirvienta personal. – Will asintió conforme. – Y tampoco pienso dejar que me
vuelva a humillar en público. Si lo hace dejaré de acompañarla. – Will volvió a
asentir. – Por cierto… ¿Ella sabe esto? Porque no creo que le haga mucha
gracia… - Will volvió a reírse.
-
No, pero no te preocupes, yo me encargaré de ella. – Dijo Will, levantándose
del sillón. Yo hice lo mismo y no me extrañe del fuerte apretón de manos que me
dio. – Bienvenida a la mansión Kensington, Alexia. De ahora en adelante es tu casa.

Oculta Entre Las Sombras by Belladonna Literaria is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.

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Bienisima... Así que la eligió, pero en que???
ResponderEliminarMe gusta mucho, espero el próximo capitulo pronto.
Saludos desde Colombia.
Luisa V.
Menos mal que vas a poner capitulo diario.... se ve muy interesante la historia... con misterio y todo
ResponderEliminarMenos mal que vas a poner capitulo diario.... se ve muy interesante la historia... con misterio y todo
ResponderEliminarEstas dos se tiraran de los pelos al principio pero.....
ResponderEliminarM.S (galicia)