Miré de nuevo nerviosa
a mi lado. Mi hija estaba entretenida jugando con su pelota de baseball
mientras nos dirigíamos a nuestro nuevo hogar. Aún seguía sin estar segura de
todo esto, pero necesitaba ese puesto si quería darle a Madeline la oportunidad
de ir a una buena universidad.
Mi niña…Había crecido
tanto en los últimos meses…
Por fin, pasamos las
altas verjas de hierro de la urbanización y Madeline dejó olvidada su pelota
para observar las casas de los alrededores. Algunas eran enormes casas
sencillas, con el jardín pulcramente cuidado y un impoluto cercado blanco.
Otras, por el contrario, eran pequeñas mansiones señoriales con altas columnas
blancas y vistosas. No existía ningún orden, por lo que lo más seguro es que
todas aquellas casa fueran diseñadas por sus propios dueños.
Tras buscar un par de
minutos, di con la que sería nuestra nueva casa. No era tan grande ni bonita
como algunas de las que estaban por los alrededores, pero era un hogar, o al
menos, esperaba que llegara a serlo.
Algo reticente,
Madeline se bajó del coche y me acompañó hasta la puerta con el ceño fruncido.
La casa no le gustaba, lo sabía. Aunque seguro que su opinión cambiaba en
cuanto viera el interior. Y tal y como esperaba, sus ojos castaños brillaron en
cuanto vieron la enorme escalera de mármol y los espacios abiertos. Corrió por
toda la casa y suspiré resignada mientras me dirigía de nuevo al coche a sacar
algunas cosas. Ya había bajado algunas cosas cuando vi la sombra de alguien a
mi lado. Al girarme, me quedé de piedra.
— Usted debe de ser la
señora Coleman. — Delante de mí, había una mujer alta y rubia en traje de
ejecutiva. Tenía el pelo rubio oscuro perfectamente peinado en un moño, lo que
volvía aún más severa su expresión.
— S-sí. — Tartamudeé.
Limpiándome el sudor de las manos en los pantalones vaqueros antes de tenderle
mi mano. — Soy April Coleman. Mucho gusto. — Apretó mi mano por apenas unos
segundos, en un saludo firme y formal. Tenía unas manos muy suaves.
— Pear Mitchell. —
Dijo, helándome la sangre.
— ¿Mitchell? ¿No será
usted…? — Con un movimiento casi imperceptible, la señora Mitchell sonrió de
medio lado.
— ¿Tu jefa? Me temo que
sí. — Avergonzada, intenté mostrar mi mejor imagen. A pesar de que estaba hecha
un asco después de un viaje de 5 horas…
— Yo… Lo siento. No
esperaba conocerla así. —Dije nerviosa. — Si hubiera sabido que iba a venir…
— Oh, no te preocupes.
Lo cierto es que ha sido algo improvisado. Te vi llegar y pensé pasar a saludar
antes de que nos veamos el lunes en la oficina. — Espera, ¿Qué?
— ¿Que… me vio? — La
señora Mitchell señalo a la casa que estaba justo en frente de la mía. La cual,
en comparación, hacía parecer la mía a una caja de zapatos.
— Vivo justo en frente.
Fui yo quién le dijo a John que esta casa estaba disponible. Los antiguos
dueños tenían prisa por marcharse así que rebajaron bastante el precio… Pensé
que sería bueno que alguien de la empresa la comprara. — Explicó, casi
inexpresivamente. — Espero que la casa sea de tu agrado. Nunca tuve el placer
de verla cuando los Lane vivían aquí… — Estaba a punto de invitarla a pasar
cuando su atención se centró en la caja que había a mis pies, en la que estaban
algunos de los juguetes de Madeline. — Oh, ¿Tienes hijos? — Preguntó ligeramente asombrada.
— ¡Sí! Tengo una hija.
— La señora Mitchell frunció ligeramente el ceño.
— Roger no me avisó de
esto…
— ¿Es un problema? —
Pregunté, temerosa. — Roger me dijo que eso no sería un problema… y ya estoy
buscando niñeras para que se queden con Madeline cuando yo tenga que quedarme
en…
— Tranquila. No es
ningún problema. — Dijo, levantando ligeramente las manos para parar mi
nervioso discurso. — Es sólo que Roger me dio a entender que estabas sola. Y
como eres tan joven… En tu ficha dice que apenas tienes treinta… — Sin poder
evitarlo, me ruboricé, avergonzada.
— La tuve muy joven…
— ¿Cuántos años tiene?
— Preguntó, curiosa, pero sin mostrar ninguna otra expresión. Esta mujer es impenetrable…
— ¡Once! Tiene once. —
La señora Mitchell levantó ligeramente las cejas y asintió un par de veces,
como si estuviera pensando algo.
— Me esperas un
momento. — Pidió levantando un solo dedo antes de dirigirse de nuevo a su casa.
Extrañada, aproveché su ausencia para meter algunas cosas más en la casa y
mirar un poco mis pintas en el espejo del hall. Como esperaba, tenía el pelo
hecho un desastre. Los pelos salían en todas las direcciones de la coleta
improvisada y debajo de mis ojos había unas ojeras de caballo por la falta de
sueño de los últimos días por culpa de la mudanza.
— Estoy hecha una mie…
— Por la gracia divina, mi oído escuchó pasos en el jardín y paré a tiempo para
ver como la señora Mitchell traía con ella a una niña preciosa a rastras.
— ¡Lara, compórtate! —
La riñó la señora Mitchell consiguiendo que la niña frunciera el ceño y cruzara
los brazos.
— ¡He dicho que no! —
La mirada fulminante de la señora Mitchell no sólo paró en seco el berrinche de
la niña, si no que me dejó helada a mi también.
— April, te presento a
mi hija Lara. Lara, esta es la señora Coleman. Es nueva en la empresa y también
en el barrio. Tiene una hija de tu edad, así que quiero que seáis buenas
amigas…
— Pero madre…
— ¡Shh! — La niña,
obediente pero molesta, dio un par de pasos hacia mí y me tendió la mano.
— Bienvenida, señora
Coleman. — Dijo entre dientes.
— Gracias por la
bienvenida, Lara. Es un placer conocerte a ti también. — Algo incómoda, me
acerqué a la escalera para llamar a Madeline.
— ¡Madeline! ¿Cariño? —
Grité. — Baja cielo, ¡Tenemos visita! — Escuché como Madeline bajaba corriendo
las escaleras sin ningún cuidado y cuando apareció, con la respiración agitada,
me di cuenta de que la pequeña Lara se había escondido detrás de su madre. —
Cariño, te he dicho mil veces que no debes correr por la casa de esa manera. —
La reñí.
— Lo siento, mamá. — Me
dijo, frunciendo los labios y poniendo cara de pena. La muy maldita sabía cómo
ablandarme. Al mirar de nuevo a la señora Pear, esta estaba observando a mi
hija con la misma expresión con la que me había observado a mí al presentarse,
como si la estuviera midiendo de alguna manera. Estaba muy nerviosa, demasiado.
No quería quedar mal delante de esta mujer pero tampoco quería que nos juzgara
sin más. Para mi asombro, como siempre, mi hija tuvo más iniciativa que yo. —
Hola, me llamo Madeline y tengo 11 años. — Dijo ella, sonriente.
La señora Mitchell la
miró de hito en hito con ojos fríos y escrutadores, pero mi niña en ningún
momento borró la sonrisa de su rostro. Inesperadamente, la señora Mitchell
sonrió ampliamente, sin reservas. Tuve que parpadear varias veces. Su rostro
había cambiado por completo… casi se podría decir que era… hermosa.
— Hola Madeline, yo soy
Pear, la nueva jefa de tu madre. — Dijo mientras le estrechaba la mano a mi
hija. Sin poder evitarlo, suspiré aliviada. — Y esta. — Continuó tirando de su
hija para que saliera de detrás de sus piernas. — Es mi hija Lara. Tenéis la
misma edad, así que espero que se hagan buenas amigas. — La pequeña Lara
escrutó a mi hija, intentando imitar la postura fría y distante de su madre. La
imagen de ambas intentando medirse me habría parecido cómica si la repentina
cercanía de la señora Mitchell no me estuviera alterando tanto.
— ¿Podríamos mantener
una pequeña conversación informal antes de vernos en el trabajo? Tengo entendido
que vas a ser mi ayudante en la firma y quiero dejar algunos temas claros para
que el lunes no te pille todo de sopetón. — Por un momento, me quedé
hipnotizada por sus intensos ojos azules.
— Cla-claro… Vayamos a
la cocina. — Dejamos a las niñas en el hall y nos dirigimos a la cocina, la
cual estaba completamente vacía menos por los electrodomésticos y la encimera,
e incluso así, era la habitación más amueblada de la casa.
— Cuando llegues el
lunes me gustaría que echaras un vistazo a las notas de Walter antes de nada… —
Comenzó sin más.
— ¿Walter?
— Tu predecesor. Las
notas estás en una carpeta azul y tienen información sobre clientes, cuentas y
demás… En la carpeta roja encontraras datos básicos de los casos que estén en
curso. Puedes traértela a casa, pero siempre con cuidado. Quiero que la tengas
aprendida para finales de semana.
— Muy bien…
— Sólo puedes traerte
la carpeta roja a casa, la azul nunca debe salir de la oficina. — Imperó, con
seriedad. — En cuanto termines con ella quiero que me la devuelvas. En
principio esa carpeta sólo debe estar en mi despacho, pero como tu traslado ha
sido en muy apresurado tenemos poco tiempo para que aprendas qué casos son más
apremiantes…
— ¿Existe prioridad?
— ¡Por supuesto!
Algunos de nuestros clientes son famosos o son personajes públicos. Políticos,
sobre todo. A menos que lleves un caso por tu cuenta nunca sabrás realmente
para quién es la resolución de tu trabajo. La empresa seguramente tarde años en
confiar en ti… — Abrí los ojos con sorpresa.
— Yo no…
— No es por ti. Walter
vendió información durante mucho tiempo al mejor postor y ahora la empresa va
de puntillas. Recuerda que nos dedicamos a los delitos financieros…
— Entiendo…
— Tu despacho está
anexo al mío, así que si tienes algún problema, sólo tienes que golpear la
puerta de tu izquierda y te ayudaré si lo necesitas.
— Está bien.
— ¿Y tú marido? —
Preguntó abruptamente, dejándome algo descolocada.
— Disculpe, ¿Qué?
— Tú marido. Supuse que
eras soltera pero con la niña… ¿Divorciada? — Le respondí intentando ser lo más
neutra posible.
— Soy viuda. Mi marido
murió hace siete años en Afganistán. — Visiblemente incómoda, la señora
Mitchell intentó hacer un gesto de disculpa bastante torpe.
— Lo siento. No debería
haber asumido… Acabo de divorciarme y supongo que veo divorcios en todas
partes…
— No se preocupe. Fue
hace mucho tiempo y tampoco es… en fin, da igual. — Dije, avergonzada.
— Continúa, por favor.
— Me pidió, algo menos impasible. — A partir de ahora vamos a pasar mucho
tiempo juntas y me gustaría… — Parecía muy incómoda. — Digamos que mi relación
con Walter no era muy buena. Tal vez si lo hubiera conocido mejor no habría
pasado lo que pasó… Quiero intentar mantener, al menos, una relación cordial y
sincera contigo. Sin presiones. Sé que soy tu jefa, pero me gustaría intentar
conocerte. — De nuevo, esos ojos azules. ¿Qué tendrán para dar miedo y
confianza al mismo tiempo?
— Bueno… Creo que es
algo bastante obvio, pero digamos que nuestro matrimonio fue de penalti. Él no
quería casarse conmigo, pero Madeline estaba en camino y yo apenas había
terminado el instituto, así que nuestros padres lo arreglaron. — Dije,
avergonzada. — Nada más nacer Madeline, se alistó en el ejército y apenas lo
veíamos dos o tres veces al año. Creo que para Madeline nunca fue un padre de
verdad… Para ella siempre fuimos sólo nosotras dos. — Sin poder evitarlo,
comencé a dar vueltas por la cocina bajo la atenta mirada de Pear. — Mis padres
se quedaban con Madeline mientras yo iba a la Estatal y mis suegros venían de
vez en cuando a alabar a su valiente y honrado hijo. — No pude evitar reírme
molesta. — La culpa fue mía, lo sé. Durante un par de años cada vez que nos
veíamos intentábamos aparentar que éramos una familia. Pero todos sabíamos por
qué se había alistado. En el otro lado del mundo él era un hombre libre y podía
hacer lo que quisiera… y obviamente, lo hacía. — Me apoyé en la isla de la
encimera, viendo como la expresión de Pear era cada vez más dura. — Lo último
que supe antes de su muerte fue por un correo, en el que me informaba de que no
iba a volver. Que había decidido casarse con una cadete con la que llevaba
viéndose más de dos años. Me pidió que fuera arreglando los papeles ya que “Yo
entendía” del tema. — Dije furiosa. Aún era algo que dolía, a pesar de todo
este tiempo… — Me sentí muy mal por sentirme aliviada por su muerte…
— ¡Todos los hombres
son unos cretinos! — Gruño Pear entre dientes, asombrándome. Cómo si se hubiera
dado cuenta de su desliz. Pear se acaró la garganta y se irguió, alzando un
poco la barbilla. — Esto… Gracias por hablarlo conmigo, April. Y espero volver
a mantener una charla informal contigo, aunque espero que sea algo menos…
deprimente.
— Lo mismo digo. — La
acompañé a la puerta y esperé a que avisara a su hija.
— ¡Lara! — La niña
corrió rápidamente al lado de su madre. — Ya es hora de irnos. ¿Os lo habéis
pasado bien?
—Sí, madre. Es
divertido jugar con Hei…digo con Maddie. — Vi que mi hija fruncía el ceño
ligeramente.
— Muchísimas gracias,
April. Nos vemos el lunes. — Se despidió Pear.
— ¡Hasta el lunes! —
Dije rápidamente, viéndolas marchar a su casa. — Bueno, ¿Qué te ha parecido
Lara? — Le pregunté a mi hija. Madeline encogió los hombros, confusa.
— No lo sé todavía. Es
algo mala pero tiene unos ojos bonitos… — Madeline entró en la casa de nuevo
mientras yo me quedé en el portal, observando como Pear y Lara entraban en su
casa.
— Qué curioso… yo opino
exactamente igual…
(3 años después)
— ¿¡Cómo se te ocurre
decirle algo así a nuestro cliente!? — Gritó Pear, haciendo que los cristales
de la sala de juntas vibraran. — ¡La empresa perderá millones por un maldito
comentario tuyo! — Nerviosa, me levanté de mi silla e intente acercarme a Pear.
— Pero yo sólo le dije
que…
— ¡Que se divorciara!
¡Le dijiste a la maldita esposa del Alcalde que le abandonara! ¿Es que te has
vuelto loca? — Pear rugía sin control, de un lado para otro. Acabábamos de
terminar nuestra reunión mensual cuando Gloria, con todo el veneno que puede
echar por la boca, soltó de la nada que me había oído hablar con la mujer del
Alcalde poco después de su juicio. — ¡Es él quién nos paga para mantenerle
fuera de la cárcel y nuestro único punto débil es su jodida esposa! Te dije que
no interfirieras… te dije que sólo te ocuparas de informarle de los resultados
del juicio…
— Lo sé pero…
— ¡Largo! — Pear me
miró con esos fríos y furiosos ojos azules mientras me quedaba donde estaba,
completamente en estado de shock. — ¿No me has oído? ¡Fuera de mi vista! —
temblando como una hoja, recogí mis cosas y salí de la sala de juntas.
Estos últimos años Pear
siempre había sido dura e inflexible conmigo, pero nunca me había gritado así a
pesar de que a todos los demás los trataba con la misma dureza. No tardé
demasiado en entender que en la empresa Pear era la mejor. La mejor y odiada
por todos. Siempre profesional, siempre preparada, siempre una maldita perra
fría… eso era lo que decían todos de ella…
Yo, sin embargo, había
visto la otra cara de la moneda. Al salir del trabajo Pear estaba mucho más
relajada, y a pesar de que seguía siendo muy distante y correcta conmigo,
también podía ver lo atenta y cariñosa que podía ser. Siempre se preocupaba por
su hija, me preguntaba cómo le iban los estudios a Madeline y siempre que caía
enferma venía a casa y se encargaba de mí y las niñas como si fuera la cosa más
natural del mundo. Había comprendido que aquí, entre estas paredes, no debía
dejarme llevar por esa imagen gélida y sin emociones con la que ganaba los
casos. Así que siempre fui dulce con ella, e incluso me concedía unos minutos,
cuando estábamos solas en la oficina, en la que volvía a verla relajada y
podíamos hablar de temas sin importancia. Con suerte, la veía sonreír o fruncir
los labios de manera cómica cuando hablaba de las extrovertidas preguntas que
le hacía Lara sobre el sexo y las relaciones. El día en el que a la niña le dio
por hacer esa pregunta, Pear apareció en mi puerta con la cara completamente
pálida y un tartamudeo incontrolable. Para mí, esos momentos eran únicos,
escasos y maravillosos. Sin embargo, el resto del tiempo la actitud de Pear me
sentaba como una losa pesada que oprimía más y más mi corazón.
Cuando llegué a mi
despacho acabé derrumbándome. Estaba temblando sin control recordando sus
gritos, tan inestable como una bomba de relojería. Pero fueron esos ojos los
que acabaron por hacerme llorar de rabia y desazón. ¿Por qué es tan cruel?
Estaba enfadada… No.
Estaba harta.
No supe cuanto tiempo
estuve llorando, pero cuando al fin paré, estaba decidida a cambiar las cosas.
Sí Pear quería tratarme
al igual que a todos los demás, sin importar nuestra amistad, ¡bien! Pero yo
pensaba tratarla como lo que era… Una mujer que no me tenía ni un mínimo de
respeto. A partir de ahora, se acabó tratarla siempre con cuidado y amabilidad.
Si muerde morderé. Si grita gritaré. ¡Y si me quiere despedir que me despida!
¡Estoy hasta las narices de esta empresa de chupa sangres depravados! Buscaré
otra manera de costear la universidad de Madeline… ella es una chica lista y
segura que consigue alguna beca… yo puedo encargarme del resto…
Al día siguiente, me
vestí con mi traje más monocromático y serio y me recogí el pelo en una cola
alta. Asombrosamente, el look de víbora ejecutiva no me quedaba nada mal, así
que, a pesar de sólo usarlo en ocasiones especiales, me pinté los labios de
rojo y retoqué un poco más el rímel.
Cuando llegué a mi
escritorio, había un pequeño ramo de orquídeas blancas. Mis favoritas.
Asombrada, leí la nota: “lo siento”
Molesta, rompí la nota y la tiré a la papelera.
— Yo lo siento más… —
Gruñí, mientras arrancaba las flores del tallo con furia y las lanzaba a la
papelera.
Era
un ramo precioso…
¡Shh!
Si piensa que con un ramo de flores y un “lo siento” se arreglan tres años de
tratarte como a una basura, ¡es que no sabe con quien se mete!
(3 meses después)
(PEAR)
— No puede ser… — Dije,
al ver la hoja que había sobre mi mesa. No me hacía falta mirar la firma para
saber de quién era. April se había pasado los últimos tres meses torturándome
por mi comportamiento del caso Foster. Se me fue la mano y a cambio, perdí la
única amistad real que había tenido estos últimos años. ¿pero qué quería que
hiciera? Todos empezaban a notar que ella siempre se libraba de mi mal humor y
siempre que teníamos un descanso lo pasábamos juntas… ¿Es que no ve que la
trato así para que no tenga problemas?
Entré en su despacho
sin llamar y me paré en seco cuando la vi recolocarse las medias con cuidado.
Por poco que me gustaba, su nueva postura distante la hacía ver mucho más sexy.
Le daba un toque peligroso a sus ojos oscuros que me dejaba sin respiración… Y
era precisamente eso lo que me pasó cuando sus ojos me miraron furiosos.
— ¿Acaso no sabes
llamar? — Dijo molesta, bajando la pierna de la silla y volviendo a colocarse
los tacones. Volviendo en sí, cerré la puerta detrás de mí para que los
curiosos no escucharan los gritos. Porque sí, así habían sido todas y cada una
de nuestras conversaciones. Gritos y quejas continúas de una o de otra.
— ¿Qué demonios
significa esto? —
Le pregunté, levantando el papel delante de su cara.
—
Pensaba que sabías leer, pero si lo necesitas, puedo leerlo por ti… — Se mofó, mientras
comenzaba a recoger sus cosas.
—
¡Déjate de juegos! ¿Qué coño crees que vas a conseguir entregando tu carta de
renuncia? —
Gruñí, arrugando furiosamente el papel y tirándolo a la basura.
—
¡Precisamente eso! ¡Dejar este maldito infierno y largarme lo más lejos
posible! —
Exclamó furiosa. Asustada, me acerqué un poco a ella.
—
No lo dices en serio… Ganas más de lo que podrías gastar, el seguro te cubriría
hasta que quemaras tu propio dinero y…
—
Y le vendo mi alma al diablo cada mañana también. — Gruñó April. — ¡Estoy harta! ¡Estoy
harta de limpiar la mierda de los ricos! ¡Estoy cansada de ver cómo mandamos a
gente inocente a la cárcel para que nuestros socios y clientes puedan lavarse
las manos sin un solo pelo fuera de su sitio! Pero sobre todo, estoy más que
harta de ti…
—
April, yo sólo intento no favorecerte. No puedo sencillamente pasar las cosas
por alto porque seamos amigas…
—
¿Amigas? ¡Já! ¡Tú y yo nunca hemos sido amigas! Durante un tiempo lo pensé.
Pensé que tal vez toda esa fachada de perra fría y distante era por el trabajo.
Pero con esmero y tesón has conseguido convencerme, no te preocupes. No pienso
volver a soportar esa mirara tuya… Ni por todo el oro del mundo, nunca mejor
dicho. — Cada una de sus
palabras se clavaron con dolor en mi corazón. Sabía que tenía razón, sabía que
algún día mi excesivo recelo pasaría factura. ¿Pero cómo hacerlo si no? Cada
vez que April entraba en una habitación no dejaba de mirarla. Ansiaba ver su
permanente sonrisa, su entrañable altruismo y su belleza sencilla. No sabía qué
hacer con estos sentimientos, así que cada vez estábamos con otras personas, me
endurecía para que nadie pudiera notarlo… Sí alguien llegara a enterarse de mi
capricho lo usarían no sólo en mi contra, sino también en la suya… — Espero de todo corazón
que tú y Lara estén bien. —
Continuó, sacándome de mi estado de shock. —
Mañana pondré a la venta la casa y en cuanto Madeline termine el curso la
semana que viene nos marcharemos a casa de mis padres… — April me miró durante
varios segundos, como si estuviera buscando algo. Yo, mientras tanto, apreté
con fuerza los dientes intentando no echarme a llorar como una niña. April se va… se va por mi culpa… — Eres increíble… — Gruñó April,
enfadada. — Adiós, Pear.
April
pasó velozmente a mi lado y cogió su maletín y algunos papeles. Estaba a punto
de agarrar el pomo de la puerta cuando reaccioné. La agarré con fuerza del
brazo y la puse contra la pared ante su asombro. April iba a rechistar cuando,
sin pensarlo siquiera, la besé con fuerza.
El
impacto fue tan inesperado que nuestros dientes casi chocaron y la presión
cortó su labio inferior.
—
¡Ah! — Gritó April de dolor. Con una vergüenza tan enorme como el dolor de mi
boca, me tapé la cara con horror y salí a toda prisa de su despacho.
¡Oh Dios mío! ¡Este es el peor día de
mi vida!
(APRIL)
—
¿Pero qué…? — Observé asombrada como Pear se marchaba a toda prisa con el
rostro completamente rojo y una expresión de puro terror en su rostro. Lamí el
pequeño hilo de sangre en la parte interior de mi labio mientras luchaba con
todas mis fuerzas para no echarme a reír.
¡Ella
había reaccionado! ¿Y había qué? ¿Intentado besarme? Más bien parecía querer
comerme o matarme a porrazos… Comencé a reírme sin parar. Incluso de mis ojos
saltaron un par de lágrimas de alegría. Hasta que un pensamiento volvió a
aparecer en mi cabeza…
¡Ha
intentado besarme!
Rápidamente,
fui a su despacho y me la encontré de espaldas a mí, bebiendo del tirón un vaso
de bourbon. Estaba temblando y desde donde estaba podía ver que su cuello y sus
orejas estaban completamente rojas.
Decidida,
avancé hacia ella mientras se giraba. Del asombro, dejó caer el vaso. El cual
se hizo añicos en el suelo al mismo tiempo en el que ella volvía a cubrir su
rostro.
—
Por favor, ¡Márchate! — Me suplicó. Pero yo no podía irme. Estaba sencillamente
fascinada por sus expresiones, por su inestabilidad.
—
¿Querías darme un beso? — Le pregunté, mientras me acercaba. Ella intentó
apartarse de mí, pero se topó con su escritorio, así que sencillamente giró su
cara.
—
Por favor, vete… — Gimoteó. Acabé por encerrarla contra el escritorio,
consiguiendo que volviera a mirarme. Sujeté su cara con ambas manos, admirando
lo que tenía delante de mí. Emociones. Preciosas e imperfectas emociones.
—
Eres preciosa… — Con suavidad, acerqué mi rostro al suyo y rocé sus labios, con
cuidado. Ya que aún sentía el dolor de nuestro desafortunado encuentro antes.
Cuando me separé de ella, ella me miraba con ojos asombrados y llorosos.
—
¿Por qué? — Suspiró, sujetando mi cintura.
—
Porque esta es la mujer a la que deseo. — Oí como Pear gimoteaba indefensa
cuando mis labios volvieron a encontrarse con los suyos. Esta vez sin ningún
cuidado. Sentía un sinfín de emociones contradictorias dominarme. Su rostro
impasible y frío aparecía en mi cabeza mientras la besaba, y pensaba, estoy
besado a “eso”. Pero no, ya no era así… ahora era hermosa, vulnerable… ¡Y joder!
¡La quería entera!
—
Espera… — Pidió entrecortadamente, entre besos furiosos. — No podemos… aquí no…
— Me aparté un poco de ella, pero sólo para poder apartar todo lo que me
impidiera sentarla en el escritorio.
—
No hay nada ni nadie que me vaya a impedir tomarte sobre esta mesa… — Gruñí,
metiendo mis manos bajo su falda y bajándole la ropa interior de un tirón.
Pear, temblorosa, tenía las manos sobre mis hombros, pero no me apartaba. Con
algo de brusquedad, alcé todo lo que pude su falda de tubo y la senté sobre el
escritorio de madera. Cuando la miré, Pear tenía los párpados ligeramente
caídos de la vergüenza mientras se aferraba a mi camisa. Sólo faltaba una cosa
más…
Deslicé
mis dedos por su pelo y quité una por una todas las horquillas que mantenían su
pelo perfectamente recogido. El pelo largo y dorado de Pear se derramó sobre su
hombro izquierdo provocándome un escalofrío que llegó a la zona más caliente de
mi cuerpo. Sin poder aguantar por más tiempo, abrí sus piernas y tomé su boca
cuando mis dedos la encontraron.
Apenas
me moví un par de veces sobre ella cuando me venció el ansia y entré en ella
con fuerza, arrancándole un quejido de sorpresa. Pear me rodeó el cuello con
desesperación cuando bajé mis labios a su cuello y comencé a mordisquearlo con
gusto mientras sentía como cada vez su cuerpo temblaba más.
—
Más fuerte… por favor… — Gimió, casi en el borde de la mesa. Con gusto, me
pegué aún más a ella para sujetarla y me hundí con más fuerza en su interior.
Unos segundos más tarde, Pear hundió la cara en mi cuello y gimió con fuerza
cuando su cuerpo comenzó a temblar descontroladamente.
Estuve
anclada en su interior durante un minuto que me resultó eterno, donde sólo se
escuchaban nuestras respiraciones agitadas en el despacho. Despacio, saqué mis
dedos de su interior, viendo como Pear hacía una ligera mueca de molestia.
—
Lo siento, puede que me haya pasado de fuerte… — Algo más en sí. Pear, apartó
la mirada un momento, avergonzada.
—
No… ha sido… buff… — Pear soltó una risita nerviosa de lo más adorable. — Creo…
que deberíamos hablar… — Aparté con cuidado un mechón de pelo rubio de su cara.
—
Sí. Creo que deberíamos…
—
Pero antes… — Pear se inclinó y volvió a besarme con una pasión renovada. — Yo
también quiero tocarte… — Pear comenzó a desabrochar mi camisa pero yo la paré
a mi pesar. — ¿Qué pasa? ¿No deseas que te toque? — Me preguntó preocupada.
—
¡Claro que quiero! Muchísimo, la verdad… — Admití.
—
¿Entonces?
—
Ayer me vino el periodo… — Pear y yo nos miramos con intensidad antes de
empezar a reírnos como dos crías.
—
Está bien… Entonces, hablemos…
(1
año y 9 meses después)
—
Cariño… ¿Podrías dejar de dar tantas vueltas? Me estás empezando a marear. — Le
dije a Pear, aunque la visión era de lo más maravillosa.
Estábamos
en uno de nuestros hoteles habituales y acabábamos de hacer el amor, entonces,
justo antes de dormirnos, Pear saltó de la cama y comenzó a divagar dando
vueltas por la habitación.
—
¿No estás cansada de tener que vernos así? ¡Porque yo sí! Por muy emocionante
que sea hacerlo en la oficina no deja de ser un lugar bastante incómodo para
hacerlo… Y apenas podemos hablar… Y cada vez que venimos a un hotel siento como
la gente nos mira… seguro que piensan que somos amantes a espaldas de nuestros
maridos o a saber que otra estupidez… ¡Y vivimos a escasos metros de distancia!
Y aún así no podemos tener intimidad…
—
Cariño, no sabemos cómo se lo van a tomar las niñas…
—
¿Sí? Pues francamente, está empezándome a dar igual lo que piense Lara sobre
esto… ¡Quiero ser feliz! Y ella ya es bastante mayorcita como para entender las
cosas… ¡Tampoco es sano que piense que su madre es una solterona de por vida!
—
Puede que tengas razón… Lo cierto es que Madeline está resultando ser una chica
muy madura para su edad. Puede que si vamos poco a poco ellas vayan
entendiendo…
—
¡Ya hemos esperado bastante! Llevas cinco años en mi vida, April, y no quiero
malgastar ni un segundo más… quiero vivir contigo. Quiero dormir contigo todas
las noches… Yo. Te quiero a ti…
—
Oh, cariño… — Pear se acercó a la cama y me beso con cariño. Nuestra relación
había sido bastante peculiar… Desde el puro y llano deseo, al amor más dulce y
tierno del mundo. Aunque siempre he sabido que Pear estaba algo enamorada de mí
todos estos años… A mí, me costó un poco más, pero en cuanto lo supe, me di
cuenta de que no quería dejarla escapar.
—
Quiero pedirte algo… — Me dijo Pear, al apartarse.
—
Si te refieres a lo que hablamos antes, estoy dispuesta a hacerlo, pero creo
que es necesario prepararse para ello… — Comencé, pero Pear negó con la cabeza.
—
¡No me refiero al sexo anal! — Exclamó rápidamente.
—
¿Entonces? — Algo nerviosa, Pear rebuscó algo en su maletín. Cuando se acercó
de nuevo a mí, vi un fino anillo de plata con una orquídea de diamantes en el
centro.
—
¿Quieres…casarte conmigo? — Parpadeé varias veces con asombro, hasta que sonreí
y besé a Pear con adoración.
—
Claro que sí cariño… — Emocionada, Pear me colocó el anillo y comenzó a darme
pequeños besos mientras me dejaba tumbar de nuevo en la cama. — Pero…
—
¿Sí? — Me preguntó entre besos.
—
te das cuenta de que me has pedido el matrimonio justo después de decir sexo
anal, ¿Verdad?
(Al
día siguiente)
Llegamos
a casa decididas. Íbamos a decírselo a las niñas hoy mismo. Tendrían que
aceptarlo. Sabía que mi Madeline lo comprendería, aunque Lara siempre me
pareció muy superficial y sabia por Madeline que no la trataba demasiado bien…
Tal vez la idea de ser hermanas no les agrade demasiado…
Pear
se marchó a su casa después de darme un beso de despedida y yo entré en la mía,
tomando una respiración profunda. Ayer Madeline había tenido una cita y tal vez
hoy estaba de humor para oír una noticia inesperada. Comencé a llamarla, pero
no respondió. Extrañada, ya que ella solía levantarse temprano. Subí las
escaleras para ir a su cuarto.
—
¡Madeline! ¡Cariño tenemos que hablar de algo muy importante! — Comencé, tal
vez si iba allanando el problema desde el principio… Llegué a su puerta y la
abrí sin llamar, como siempre. — ¡Cariño! ¡De verdad que esto es muy impotan…! —
¡La madre que me…! — ¿Qué demonios
significa esto jovencita? — Grité enfadada. —¡Sólo tienes 16 años! ¿Cómo se te
ocurre? ¿Es que no te he enseñado nada? — Escuché la voz de Pear llamándome abajo,
pero estaba tan enfadada que decidí ignorarla. — Espero que al menos hayáis
usado protección… ¡Y oye tú! — Le grité al bulto a su lado. — ¡Ya puedes ir
sacando tu desvergonzado culo de mi casa! ¡Tus padres van a enterarse de esto,
jovencito! — Entonces, Pear llegó a mi lado, alterada.
—
¡April, mi hija no está! No ha pasado por casa y no contesta al teléfono… ella
nunca hace eso… — Vi que Pear se inclinaba a mi lado a recoger algo, pero la
visión de una melena castaña y larga al lado de mi hija me descuadró… No puede ser… — ¿Qué hace aquí le móvil
de Lara? — Entonces, la cabeza de Lara apareció al lado de mi hija…
Mi
hija… y la hija de Pear… desnudas… Sin poder contenerme, empecé a reírme sin
parar.
Nota de la Autora: Como veis, me he puesto en plan: de tal palo tal astilla... más o menos xD No falte algo de humor y un poco de chispa. Por qué no... el mes que viene seguiré con la última parte. Del mismo tipo, aunque esta vez, el título sea: Mi Extraña y Maravillosa Familia... ¿Qué? ¿Les apetece?
Me ha gustado mucho esta historia, las dos partes y con ganas de la tercera yun poco mas larga molaria :) la parte de las mamis Hotttt, jajaja. Muchas Gracias!! Carmen.
ResponderEliminarExcelente este capitulo se me hará una eternidad la espera de un mes ojala y te apiades de nosotras y subas lo mas antes posible. Me ha gustado mucho los personajes. El titulo de "mi extraña y maravillosa familia" me parece como anillo al dedo jejejejeje.
ResponderEliminarBesos a la distancia.
Maria Rene
Siiii pero porque tanto tiempo??? :(
ResponderEliminarMuy buena, felicitaciones.
ResponderEliminarSi no es mucho pedir me gustaría conocer la historia de las hijas.
En el Índice de Historias puedes encontrarlo. Se titula Mi Dulce e Irritante Vecina ^^
EliminarGenial, súper hot ambas historias
ResponderEliminarMe encantó!!!
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