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HISTORIA MÁS POPULAR

miércoles, 9 de marzo de 2016

Mi Fría y Distante Jefa




Miré de nuevo nerviosa a mi lado. Mi hija estaba entretenida jugando con su pelota de baseball mientras nos dirigíamos a nuestro nuevo hogar. Aún seguía sin estar segura de todo esto, pero necesitaba ese puesto si quería darle a Madeline la oportunidad de ir a una buena universidad.


Mi niña…Había crecido tanto en los últimos meses…

Por fin, pasamos las altas verjas de hierro de la urbanización y Madeline dejó olvidada su pelota para observar las casas de los alrededores. Algunas eran enormes casas sencillas, con el jardín pulcramente cuidado y un impoluto cercado blanco. Otras, por el contrario, eran pequeñas mansiones señoriales con altas columnas blancas y vistosas. No existía ningún orden, por lo que lo más seguro es que todas aquellas casa fueran diseñadas por sus propios dueños.

Tras buscar un par de minutos, di con la que sería nuestra nueva casa. No era tan grande ni bonita como algunas de las que estaban por los alrededores, pero era un hogar, o al menos, esperaba que llegara a serlo.

Algo reticente, Madeline se bajó del coche y me acompañó hasta la puerta con el ceño fruncido. La casa no le gustaba, lo sabía. Aunque seguro que su opinión cambiaba en cuanto viera el interior. Y tal y como esperaba, sus ojos castaños brillaron en cuanto vieron la enorme escalera de mármol y los espacios abiertos. Corrió por toda la casa y suspiré resignada mientras me dirigía de nuevo al coche a sacar algunas cosas. Ya había bajado algunas cosas cuando vi la sombra de alguien a mi lado. Al girarme, me quedé de piedra.

— Usted debe de ser la señora Coleman. — Delante de mí, había una mujer alta y rubia en traje de ejecutiva. Tenía el pelo rubio oscuro perfectamente peinado en un moño, lo que volvía aún más severa su expresión.

— S-sí. — Tartamudeé. Limpiándome el sudor de las manos en los pantalones vaqueros antes de tenderle mi mano. — Soy April Coleman. Mucho gusto. — Apretó mi mano por apenas unos segundos, en un saludo firme y formal. Tenía unas manos muy suaves.

— Pear Mitchell. — Dijo, helándome la sangre.

— ¿Mitchell? ¿No será usted…? — Con un movimiento casi imperceptible, la señora Mitchell sonrió de medio lado.

— ¿Tu jefa? Me temo que sí. — Avergonzada, intenté mostrar mi mejor imagen. A pesar de que estaba hecha un asco después de un viaje de 5 horas…

— Yo… Lo siento. No esperaba conocerla así. —Dije nerviosa. — Si hubiera sabido que iba a venir…

— Oh, no te preocupes. Lo cierto es que ha sido algo improvisado. Te vi llegar y pensé pasar a saludar antes de que nos veamos el lunes en la oficina. — Espera, ¿Qué?

— ¿Que… me vio? — La señora Mitchell señalo a la casa que estaba justo en frente de la mía. La cual, en comparación, hacía parecer la mía a una caja de zapatos.

— Vivo justo en frente. Fui yo quién le dijo a John que esta casa estaba disponible. Los antiguos dueños tenían prisa por marcharse así que rebajaron bastante el precio… Pensé que sería bueno que alguien de la empresa la comprara. — Explicó, casi inexpresivamente. — Espero que la casa sea de tu agrado. Nunca tuve el placer de verla cuando los Lane vivían aquí… — Estaba a punto de invitarla a pasar cuando su atención se centró en la caja que había a mis pies, en la que estaban algunos de los juguetes de Madeline. — Oh, ¿Tienes hijos? —  Preguntó ligeramente asombrada.

— ¡Sí! Tengo una hija. — La señora Mitchell frunció ligeramente el ceño.

— Roger no me avisó de esto…

— ¿Es un problema? — Pregunté, temerosa. — Roger me dijo que eso no sería un problema… y ya estoy buscando niñeras para que se queden con Madeline cuando yo tenga que quedarme en…

— Tranquila. No es ningún problema. — Dijo, levantando ligeramente las manos para parar mi nervioso discurso. — Es sólo que Roger me dio a entender que estabas sola. Y como eres tan joven… En tu ficha dice que apenas tienes treinta… — Sin poder evitarlo, me ruboricé, avergonzada.

— La tuve muy joven…

— ¿Cuántos años tiene? — Preguntó, curiosa, pero sin mostrar ninguna otra expresión. Esta mujer es impenetrable…

— ¡Once! Tiene once. — La señora Mitchell levantó ligeramente las cejas y asintió un par de veces, como si estuviera pensando algo.

— Me esperas un momento. — Pidió levantando un solo dedo antes de dirigirse de nuevo a su casa. Extrañada, aproveché su ausencia para meter algunas cosas más en la casa y mirar un poco mis pintas en el espejo del hall. Como esperaba, tenía el pelo hecho un desastre. Los pelos salían en todas las direcciones de la coleta improvisada y debajo de mis ojos había unas ojeras de caballo por la falta de sueño de los últimos días por culpa de la mudanza.

— Estoy hecha una mie… — Por la gracia divina, mi oído escuchó pasos en el jardín y paré a tiempo para ver como la señora Mitchell traía con ella a una niña preciosa a rastras.

— ¡Lara, compórtate! — La riñó la señora Mitchell consiguiendo que la niña frunciera el ceño y cruzara los brazos.

— ¡He dicho que no! — La mirada fulminante de la señora Mitchell no sólo paró en seco el berrinche de la niña, si no que me dejó helada a mi también.

— April, te presento a mi hija Lara. Lara, esta es la señora Coleman. Es nueva en la empresa y también en el barrio. Tiene una hija de tu edad, así que quiero que seáis buenas amigas…

— Pero madre…

— ¡Shh! — La niña, obediente pero molesta, dio un par de pasos hacia mí y me tendió la mano.

— Bienvenida, señora Coleman. — Dijo entre dientes.

— Gracias por la bienvenida, Lara. Es un placer conocerte a ti también. — Algo incómoda, me acerqué a la escalera para llamar a Madeline.

— ¡Madeline! ¿Cariño? — Grité. — Baja cielo, ¡Tenemos visita! — Escuché como Madeline bajaba corriendo las escaleras sin ningún cuidado y cuando apareció, con la respiración agitada, me di cuenta de que la pequeña Lara se había escondido detrás de su madre. — Cariño, te he dicho mil veces que no debes correr por la casa de esa manera. — La reñí.

— Lo siento, mamá. — Me dijo, frunciendo los labios y poniendo cara de pena. La muy maldita sabía cómo ablandarme. Al mirar de nuevo a la señora Pear, esta estaba observando a mi hija con la misma expresión con la que me había observado a mí al presentarse, como si la estuviera midiendo de alguna manera. Estaba muy nerviosa, demasiado. No quería quedar mal delante de esta mujer pero tampoco quería que nos juzgara sin más. Para mi asombro, como siempre, mi hija tuvo más iniciativa que yo. — Hola, me llamo Madeline y tengo 11 años. — Dijo ella, sonriente.

La señora Mitchell la miró de hito en hito con ojos fríos y escrutadores, pero mi niña en ningún momento borró la sonrisa de su rostro. Inesperadamente, la señora Mitchell sonrió ampliamente, sin reservas. Tuve que parpadear varias veces. Su rostro había cambiado por completo… casi se podría decir que era… hermosa.

— Hola Madeline, yo soy Pear, la nueva jefa de tu madre. — Dijo mientras le estrechaba la mano a mi hija. Sin poder evitarlo, suspiré aliviada. — Y esta. — Continuó tirando de su hija para que saliera de detrás de sus piernas. — Es mi hija Lara. Tenéis la misma edad, así que espero que se hagan buenas amigas. — La pequeña Lara escrutó a mi hija, intentando imitar la postura fría y distante de su madre. La imagen de ambas intentando medirse me habría parecido cómica si la repentina cercanía de la señora Mitchell no me estuviera alterando tanto.

— ¿Podríamos mantener una pequeña conversación informal antes de vernos en el trabajo? Tengo entendido que vas a ser mi ayudante en la firma y quiero dejar algunos temas claros para que el lunes no te pille todo de sopetón. — Por un momento, me quedé hipnotizada por sus intensos ojos azules.

— Cla-claro… Vayamos a la cocina. — Dejamos a las niñas en el hall y nos dirigimos a la cocina, la cual estaba completamente vacía menos por los electrodomésticos y la encimera, e incluso así, era la habitación más amueblada de la casa.

— Cuando llegues el lunes me gustaría que echaras un vistazo a las notas de Walter antes de nada… — Comenzó sin más.

— ¿Walter?

— Tu predecesor. Las notas estás en una carpeta azul y tienen información sobre clientes, cuentas y demás… En la carpeta roja encontraras datos básicos de los casos que estén en curso. Puedes traértela a casa, pero siempre con cuidado. Quiero que la tengas aprendida para finales de semana.

— Muy bien…

— Sólo puedes traerte la carpeta roja a casa, la azul nunca debe salir de la oficina. — Imperó, con seriedad. — En cuanto termines con ella quiero que me la devuelvas. En principio esa carpeta sólo debe estar en mi despacho, pero como tu traslado ha sido en muy apresurado tenemos poco tiempo para que aprendas qué casos son más apremiantes…

— ¿Existe prioridad?

— ¡Por supuesto! Algunos de nuestros clientes son famosos o son personajes públicos. Políticos, sobre todo. A menos que lleves un caso por tu cuenta nunca sabrás realmente para quién es la resolución de tu trabajo. La empresa seguramente tarde años en confiar en ti… — Abrí los ojos con sorpresa.

— Yo no…

— No es por ti. Walter vendió información durante mucho tiempo al mejor postor y ahora la empresa va de puntillas. Recuerda que nos dedicamos a los delitos financieros…

— Entiendo…

— Tu despacho está anexo al mío, así que si tienes algún problema, sólo tienes que golpear la puerta de tu izquierda y te ayudaré si lo necesitas.

— Está bien.

— ¿Y tú marido? — Preguntó abruptamente, dejándome algo descolocada.

— Disculpe, ¿Qué?

— Tú marido. Supuse que eras soltera pero con la niña… ¿Divorciada? — Le respondí intentando ser lo más neutra posible.

— Soy viuda. Mi marido murió hace siete años en Afganistán. — Visiblemente incómoda, la señora Mitchell intentó hacer un gesto de disculpa bastante torpe.

— Lo siento. No debería haber asumido… Acabo de divorciarme y supongo que veo divorcios en todas partes…

— No se preocupe. Fue hace mucho tiempo y tampoco es… en fin, da igual. — Dije, avergonzada.

— Continúa, por favor. — Me pidió, algo menos impasible. — A partir de ahora vamos a pasar mucho tiempo juntas y me gustaría… — Parecía muy incómoda. — Digamos que mi relación con Walter no era muy buena. Tal vez si lo hubiera conocido mejor no habría pasado lo que pasó… Quiero intentar mantener, al menos, una relación cordial y sincera contigo. Sin presiones. Sé que soy tu jefa, pero me gustaría intentar conocerte. — De nuevo, esos ojos azules. ¿Qué tendrán para dar miedo y confianza al mismo tiempo?

— Bueno… Creo que es algo bastante obvio, pero digamos que nuestro matrimonio fue de penalti. Él no quería casarse conmigo, pero Madeline estaba en camino y yo apenas había terminado el instituto, así que nuestros padres lo arreglaron. — Dije, avergonzada. — Nada más nacer Madeline, se alistó en el ejército y apenas lo veíamos dos o tres veces al año. Creo que para Madeline nunca fue un padre de verdad… Para ella siempre fuimos sólo nosotras dos. — Sin poder evitarlo, comencé a dar vueltas por la cocina bajo la atenta mirada de Pear. — Mis padres se quedaban con Madeline mientras yo iba a la Estatal y mis suegros venían de vez en cuando a alabar a su valiente y honrado hijo. — No pude evitar reírme molesta. — La culpa fue mía, lo sé. Durante un par de años cada vez que nos veíamos intentábamos aparentar que éramos una familia. Pero todos sabíamos por qué se había alistado. En el otro lado del mundo él era un hombre libre y podía hacer lo que quisiera… y obviamente, lo hacía. — Me apoyé en la isla de la encimera, viendo como la expresión de Pear era cada vez más dura. — Lo último que supe antes de su muerte fue por un correo, en el que me informaba de que no iba a volver. Que había decidido casarse con una cadete con la que llevaba viéndose más de dos años. Me pidió que fuera arreglando los papeles ya que “Yo entendía” del tema. — Dije furiosa. Aún era algo que dolía, a pesar de todo este tiempo… — Me sentí muy mal por sentirme aliviada por su muerte…

— ¡Todos los hombres son unos cretinos! — Gruño Pear entre dientes, asombrándome. Cómo si se hubiera dado cuenta de su desliz. Pear se acaró la garganta y se irguió, alzando un poco la barbilla. — Esto… Gracias por hablarlo conmigo, April. Y espero volver a mantener una charla informal contigo, aunque espero que sea algo menos… deprimente.

— Lo mismo digo. — La acompañé a la puerta y esperé a que avisara a su hija.

— ¡Lara! — La niña corrió rápidamente al lado de su madre. — Ya es hora de irnos. ¿Os lo habéis pasado bien?

—Sí, madre. Es divertido jugar con Hei…digo con Maddie. — Vi que mi hija fruncía el ceño ligeramente.

— Muchísimas gracias, April. Nos vemos el lunes. — Se despidió Pear.

— ¡Hasta el lunes! — Dije rápidamente, viéndolas marchar a su casa. — Bueno, ¿Qué te ha parecido Lara? — Le pregunté a mi hija. Madeline encogió los hombros, confusa.

— No lo sé todavía. Es algo mala pero tiene unos ojos bonitos… — Madeline entró en la casa de nuevo mientras yo me quedé en el portal, observando como Pear y Lara entraban en su casa.

— Qué curioso… yo opino exactamente igual…

(3 años después)

— ¿¡Cómo se te ocurre decirle algo así a nuestro cliente!? — Gritó Pear, haciendo que los cristales de la sala de juntas vibraran. — ¡La empresa perderá millones por un maldito comentario tuyo! — Nerviosa, me levanté de mi silla e intente acercarme a Pear.

— Pero yo sólo le dije que…

— ¡Que se divorciara! ¡Le dijiste a la maldita esposa del Alcalde que le abandonara! ¿Es que te has vuelto loca? — Pear rugía sin control, de un lado para otro. Acabábamos de terminar nuestra reunión mensual cuando Gloria, con todo el veneno que puede echar por la boca, soltó de la nada que me había oído hablar con la mujer del Alcalde poco después de su juicio. — ¡Es él quién nos paga para mantenerle fuera de la cárcel y nuestro único punto débil es su jodida esposa! Te dije que no interfirieras… te dije que sólo te ocuparas de informarle de los resultados del juicio…

— Lo sé pero…

— ¡Largo! — Pear me miró con esos fríos y furiosos ojos azules mientras me quedaba donde estaba, completamente en estado de shock. — ¿No me has oído? ¡Fuera de mi vista! — temblando como una hoja, recogí mis cosas y salí de la sala de juntas.

Estos últimos años Pear siempre había sido dura e inflexible conmigo, pero nunca me había gritado así a pesar de que a todos los demás los trataba con la misma dureza. No tardé demasiado en entender que en la empresa Pear era la mejor. La mejor y odiada por todos. Siempre profesional, siempre preparada, siempre una maldita perra fría… eso era lo que decían todos de ella…

Yo, sin embargo, había visto la otra cara de la moneda. Al salir del trabajo Pear estaba mucho más relajada, y a pesar de que seguía siendo muy distante y correcta conmigo, también podía ver lo atenta y cariñosa que podía ser. Siempre se preocupaba por su hija, me preguntaba cómo le iban los estudios a Madeline y siempre que caía enferma venía a casa y se encargaba de mí y las niñas como si fuera la cosa más natural del mundo. Había comprendido que aquí, entre estas paredes, no debía dejarme llevar por esa imagen gélida y sin emociones con la que ganaba los casos. Así que siempre fui dulce con ella, e incluso me concedía unos minutos, cuando estábamos solas en la oficina, en la que volvía a verla relajada y podíamos hablar de temas sin importancia. Con suerte, la veía sonreír o fruncir los labios de manera cómica cuando hablaba de las extrovertidas preguntas que le hacía Lara sobre el sexo y las relaciones. El día en el que a la niña le dio por hacer esa pregunta, Pear apareció en mi puerta con la cara completamente pálida y un tartamudeo incontrolable. Para mí, esos momentos eran únicos, escasos y maravillosos. Sin embargo, el resto del tiempo la actitud de Pear me sentaba como una losa pesada que oprimía más y más mi corazón.

Cuando llegué a mi despacho acabé derrumbándome. Estaba temblando sin control recordando sus gritos, tan inestable como una bomba de relojería. Pero fueron esos ojos los que acabaron por hacerme llorar de rabia y desazón. ¿Por qué es tan cruel?

Estaba enfadada… No. Estaba harta.

No supe cuanto tiempo estuve llorando, pero cuando al fin paré, estaba decidida a cambiar las cosas.

Sí Pear quería tratarme al igual que a todos los demás, sin importar nuestra amistad, ¡bien! Pero yo pensaba tratarla como lo que era… Una mujer que no me tenía ni un mínimo de respeto. A partir de ahora, se acabó tratarla siempre con cuidado y amabilidad. Si muerde morderé. Si grita gritaré. ¡Y si me quiere despedir que me despida! ¡Estoy hasta las narices de esta empresa de chupa sangres depravados! Buscaré otra manera de costear la universidad de Madeline… ella es una chica lista y segura que consigue alguna beca… yo puedo encargarme del resto…

Al día siguiente, me vestí con mi traje más monocromático y serio y me recogí el pelo en una cola alta. Asombrosamente, el look de víbora ejecutiva no me quedaba nada mal, así que, a pesar de sólo usarlo en ocasiones especiales, me pinté los labios de rojo y retoqué un poco más el rímel.

Cuando llegué a mi escritorio, había un pequeño ramo de orquídeas blancas. Mis favoritas. Asombrada, leí la nota: “lo siento” Molesta, rompí la nota y la tiré a la papelera.

— Yo lo siento más… — Gruñí, mientras arrancaba las flores del tallo con furia y las lanzaba a la papelera.

Era un ramo precioso…

¡Shh! Si piensa que con un ramo de flores y un “lo siento” se arreglan tres años de tratarte como a una basura, ¡es que no sabe con quien se mete!

(3 meses después)

(PEAR)

— No puede ser… — Dije, al ver la hoja que había sobre mi mesa. No me hacía falta mirar la firma para saber de quién era. April se había pasado los últimos tres meses torturándome por mi comportamiento del caso Foster. Se me fue la mano y a cambio, perdí la única amistad real que había tenido estos últimos años. ¿pero qué quería que hiciera? Todos empezaban a notar que ella siempre se libraba de mi mal humor y siempre que teníamos un descanso lo pasábamos juntas… ¿Es que no ve que la trato así para que no tenga problemas?

Entré en su despacho sin llamar y me paré en seco cuando la vi recolocarse las medias con cuidado. Por poco que me gustaba, su nueva postura distante la hacía ver mucho más sexy. Le daba un toque peligroso a sus ojos oscuros que me dejaba sin respiración… Y era precisamente eso lo que me pasó cuando sus ojos me miraron furiosos.

— ¿Acaso no sabes llamar? — Dijo molesta, bajando la pierna de la silla y volviendo a colocarse los tacones. Volviendo en sí, cerré la puerta detrás de mí para que los curiosos no escucharan los gritos. Porque sí, así habían sido todas y cada una de nuestras conversaciones. Gritos y quejas continúas de una o de otra.

— ¿Qué demonios significa esto? Le pregunté, levantando el papel delante de su cara.

Pensaba que sabías leer, pero si lo necesitas, puedo leerlo por ti… Se mofó, mientras comenzaba a recoger sus cosas.

¡Déjate de juegos! ¿Qué coño crees que vas a conseguir entregando tu carta de renuncia? Gruñí, arrugando furiosamente el papel y tirándolo a la basura.

¡Precisamente eso! ¡Dejar este maldito infierno y largarme lo más lejos posible! Exclamó furiosa. Asustada, me acerqué un poco a ella.

No lo dices en serio… Ganas más de lo que podrías gastar, el seguro te cubriría hasta que quemaras tu propio dinero y…

Y le vendo mi alma al diablo cada mañana también. Gruñó April. ¡Estoy harta! ¡Estoy harta de limpiar la mierda de los ricos! ¡Estoy cansada de ver cómo mandamos a gente inocente a la cárcel para que nuestros socios y clientes puedan lavarse las manos sin un solo pelo fuera de su sitio! Pero sobre todo, estoy más que harta de ti…

April, yo sólo intento no favorecerte. No puedo sencillamente pasar las cosas por alto porque seamos amigas…

¿Amigas? ¡Já! ¡Tú y yo nunca hemos sido amigas! Durante un tiempo lo pensé. Pensé que tal vez toda esa fachada de perra fría y distante era por el trabajo. Pero con esmero y tesón has conseguido convencerme, no te preocupes. No pienso volver a soportar esa mirara tuya… Ni por todo el oro del mundo, nunca mejor dicho. Cada una de sus palabras se clavaron con dolor en mi corazón. Sabía que tenía razón, sabía que algún día mi excesivo recelo pasaría factura. ¿Pero cómo hacerlo si no? Cada vez que April entraba en una habitación no dejaba de mirarla. Ansiaba ver su permanente sonrisa, su entrañable altruismo y su belleza sencilla. No sabía qué hacer con estos sentimientos, así que cada vez estábamos con otras personas, me endurecía para que nadie pudiera notarlo… Sí alguien llegara a enterarse de mi capricho lo usarían no sólo en mi contra, sino también en la suya… Espero de todo corazón que tú y Lara estén bien. Continuó, sacándome de mi estado de shock. — Mañana pondré a la venta la casa y en cuanto Madeline termine el curso la semana que viene nos marcharemos a casa de mis padres… — April me miró durante varios segundos, como si estuviera buscando algo. Yo, mientras tanto, apreté con fuerza los dientes intentando no echarme a llorar como una niña. April se va… se va por mi culpa… — Eres increíble… — Gruñó April, enfadada. — Adiós, Pear.

April pasó velozmente a mi lado y cogió su maletín y algunos papeles. Estaba a punto de agarrar el pomo de la puerta cuando reaccioné. La agarré con fuerza del brazo y la puse contra la pared ante su asombro. April iba a rechistar cuando, sin pensarlo siquiera, la besé con fuerza.

El impacto fue tan inesperado que nuestros dientes casi chocaron y la presión cortó su labio inferior.

— ¡Ah! — Gritó April de dolor. Con una vergüenza tan enorme como el dolor de mi boca, me tapé la cara con horror y salí a toda prisa de su despacho.

¡Oh Dios mío! ¡Este es el peor día de mi vida!

(APRIL)

— ¿Pero qué…? — Observé asombrada como Pear se marchaba a toda prisa con el rostro completamente rojo y una expresión de puro terror en su rostro. Lamí el pequeño hilo de sangre en la parte interior de mi labio mientras luchaba con todas mis fuerzas para no echarme a reír.

¡Ella había reaccionado! ¿Y había qué? ¿Intentado besarme? Más bien parecía querer comerme o matarme a porrazos… Comencé a reírme sin parar. Incluso de mis ojos saltaron un par de lágrimas de alegría. Hasta que un pensamiento volvió a aparecer en mi cabeza…

¡Ha intentado besarme!

Rápidamente, fui a su despacho y me la encontré de espaldas a mí, bebiendo del tirón un vaso de bourbon. Estaba temblando y desde donde estaba podía ver que su cuello y sus orejas estaban completamente rojas.

Decidida, avancé hacia ella mientras se giraba. Del asombro, dejó caer el vaso. El cual se hizo añicos en el suelo al mismo tiempo en el que ella volvía a cubrir su rostro.

— Por favor, ¡Márchate! — Me suplicó. Pero yo no podía irme. Estaba sencillamente fascinada por sus expresiones, por su inestabilidad.

— ¿Querías darme un beso? — Le pregunté, mientras me acercaba. Ella intentó apartarse de mí, pero se topó con su escritorio, así que sencillamente giró su cara.

— Por favor, vete… — Gimoteó. Acabé por encerrarla contra el escritorio, consiguiendo que volviera a mirarme. Sujeté su cara con ambas manos, admirando lo que tenía delante de mí. Emociones. Preciosas e imperfectas emociones.

— Eres preciosa… — Con suavidad, acerqué mi rostro al suyo y rocé sus labios, con cuidado. Ya que aún sentía el dolor de nuestro desafortunado encuentro antes. Cuando me separé de ella, ella me miraba con ojos asombrados y llorosos.

— ¿Por qué? — Suspiró, sujetando mi cintura.

— Porque esta es la mujer a la que deseo. — Oí como Pear gimoteaba indefensa cuando mis labios volvieron a encontrarse con los suyos. Esta vez sin ningún cuidado. Sentía un sinfín de emociones contradictorias dominarme. Su rostro impasible y frío aparecía en mi cabeza mientras la besaba, y pensaba, estoy besado a “eso”. Pero no, ya no era así… ahora era hermosa, vulnerable… ¡Y joder! ¡La quería entera!

— Espera… — Pidió entrecortadamente, entre besos furiosos. — No podemos… aquí no… — Me aparté un poco de ella, pero sólo para poder apartar todo lo que me impidiera sentarla en el escritorio.

— No hay nada ni nadie que me vaya a impedir tomarte sobre esta mesa… — Gruñí, metiendo mis manos bajo su falda y bajándole la ropa interior de un tirón. Pear, temblorosa, tenía las manos sobre mis hombros, pero no me apartaba. Con algo de brusquedad, alcé todo lo que pude su falda de tubo y la senté sobre el escritorio de madera. Cuando la miré, Pear tenía los párpados ligeramente caídos de la vergüenza mientras se aferraba a mi camisa. Sólo faltaba una cosa más…

Deslicé mis dedos por su pelo y quité una por una todas las horquillas que mantenían su pelo perfectamente recogido. El pelo largo y dorado de Pear se derramó sobre su hombro izquierdo provocándome un escalofrío que llegó a la zona más caliente de mi cuerpo. Sin poder aguantar por más tiempo, abrí sus piernas y tomé su boca cuando mis dedos la encontraron.

Apenas me moví un par de veces sobre ella cuando me venció el ansia y entré en ella con fuerza, arrancándole un quejido de sorpresa. Pear me rodeó el cuello con desesperación cuando bajé mis labios a su cuello y comencé a mordisquearlo con gusto mientras sentía como cada vez su cuerpo temblaba más.

— Más fuerte… por favor… — Gimió, casi en el borde de la mesa. Con gusto, me pegué aún más a ella para sujetarla y me hundí con más fuerza en su interior. Unos segundos más tarde, Pear hundió la cara en mi cuello y gimió con fuerza cuando su cuerpo comenzó a temblar descontroladamente.

Estuve anclada en su interior durante un minuto que me resultó eterno, donde sólo se escuchaban nuestras respiraciones agitadas en el despacho. Despacio, saqué mis dedos de su interior, viendo como Pear hacía una ligera mueca de molestia.

— Lo siento, puede que me haya pasado de fuerte… — Algo más en sí. Pear, apartó la mirada un momento, avergonzada.

— No… ha sido… buff… — Pear soltó una risita nerviosa de lo más adorable. — Creo… que deberíamos hablar… — Aparté con cuidado un mechón de pelo rubio de su cara.

— Sí. Creo que deberíamos…

— Pero antes… — Pear se inclinó y volvió a besarme con una pasión renovada. — Yo también quiero tocarte… — Pear comenzó a desabrochar mi camisa pero yo la paré a mi pesar. — ¿Qué pasa? ¿No deseas que te toque? — Me preguntó preocupada.

— ¡Claro que quiero! Muchísimo, la verdad… — Admití.

— ¿Entonces?

— Ayer me vino el periodo… — Pear y yo nos miramos con intensidad antes de empezar a reírnos como dos crías.

— Está bien… Entonces, hablemos…

(1 año y 9 meses después)

— Cariño… ¿Podrías dejar de dar tantas vueltas? Me estás empezando a marear. — Le dije a Pear, aunque la visión era de lo más maravillosa.

Estábamos en uno de nuestros hoteles habituales y acabábamos de hacer el amor, entonces, justo antes de dormirnos, Pear saltó de la cama y comenzó a divagar dando vueltas por la habitación.

— ¿No estás cansada de tener que vernos así? ¡Porque yo sí! Por muy emocionante que sea hacerlo en la oficina no deja de ser un lugar bastante incómodo para hacerlo… Y apenas podemos hablar… Y cada vez que venimos a un hotel siento como la gente nos mira… seguro que piensan que somos amantes a espaldas de nuestros maridos o a saber que otra estupidez… ¡Y vivimos a escasos metros de distancia! Y aún así no podemos tener intimidad…

— Cariño, no sabemos cómo se lo van a tomar las niñas…

— ¿Sí? Pues francamente, está empezándome a dar igual lo que piense Lara sobre esto… ¡Quiero ser feliz! Y ella ya es bastante mayorcita como para entender las cosas… ¡Tampoco es sano que piense que su madre es una solterona de por vida!

— Puede que tengas razón… Lo cierto es que Madeline está resultando ser una chica muy madura para su edad. Puede que si vamos poco a poco ellas vayan entendiendo…

— ¡Ya hemos esperado bastante! Llevas cinco años en mi vida, April, y no quiero malgastar ni un segundo más… quiero vivir contigo. Quiero dormir contigo todas las noches… Yo. Te quiero a ti…

— Oh, cariño… — Pear se acercó a la cama y me beso con cariño. Nuestra relación había sido bastante peculiar… Desde el puro y llano deseo, al amor más dulce y tierno del mundo. Aunque siempre he sabido que Pear estaba algo enamorada de mí todos estos años… A mí, me costó un poco más, pero en cuanto lo supe, me di cuenta de que no quería dejarla escapar.

— Quiero pedirte algo… — Me dijo Pear, al apartarse.

— Si te refieres a lo que hablamos antes, estoy dispuesta a hacerlo, pero creo que es necesario prepararse para ello… — Comencé, pero Pear negó con la cabeza.

— ¡No me refiero al sexo anal! — Exclamó rápidamente.

— ¿Entonces? — Algo nerviosa, Pear rebuscó algo en su maletín. Cuando se acercó de nuevo a mí, vi un fino anillo de plata con una orquídea de diamantes en el centro.

— ¿Quieres…casarte conmigo? — Parpadeé varias veces con asombro, hasta que sonreí y besé a Pear con adoración.

— Claro que sí cariño… — Emocionada, Pear me colocó el anillo y comenzó a darme pequeños besos mientras me dejaba tumbar de nuevo en la cama. — Pero…

— ¿Sí? — Me preguntó entre besos.

— te das cuenta de que me has pedido el matrimonio justo después de decir sexo anal, ¿Verdad?

(Al día siguiente)

Llegamos a casa decididas. Íbamos a decírselo a las niñas hoy mismo. Tendrían que aceptarlo. Sabía que mi Madeline lo comprendería, aunque Lara siempre me pareció muy superficial y sabia por Madeline que no la trataba demasiado bien… Tal vez la idea de ser hermanas no les agrade demasiado…

Pear se marchó a su casa después de darme un beso de despedida y yo entré en la mía, tomando una respiración profunda. Ayer Madeline había tenido una cita y tal vez hoy estaba de humor para oír una noticia inesperada. Comencé a llamarla, pero no respondió. Extrañada, ya que ella solía levantarse temprano. Subí las escaleras para ir a su cuarto.

— ¡Madeline! ¡Cariño tenemos que hablar de algo muy importante! — Comencé, tal vez si iba allanando el problema desde el principio… Llegué a su puerta y la abrí sin llamar, como siempre. — ¡Cariño! ¡De verdad que esto es muy impotan…! — ¡La madre que me…! — ¿Qué demonios significa esto jovencita? — Grité enfadada. —¡Sólo tienes 16 años! ¿Cómo se te ocurre? ¿Es que no te he enseñado nada? — Escuché la voz de Pear llamándome abajo, pero estaba tan enfadada que decidí ignorarla. — Espero que al menos hayáis usado protección… ¡Y oye tú! — Le grité al bulto a su lado. — ¡Ya puedes ir sacando tu desvergonzado culo de mi casa! ¡Tus padres van a enterarse de esto, jovencito! — Entonces, Pear llegó a mi lado, alterada.

— ¡April, mi hija no está! No ha pasado por casa y no contesta al teléfono… ella nunca hace eso… — Vi que Pear se inclinaba a mi lado a recoger algo, pero la visión de una melena castaña y larga al lado de mi hija me descuadró… No puede ser… — ¿Qué hace aquí le móvil de Lara? — Entonces, la cabeza de Lara apareció al lado de mi hija…

Mi hija… y la hija de Pear… desnudas… Sin poder contenerme, empecé a reírme sin parar.


Esto debe de ser el Karma…

¿Te apetece leer otra historia?



Nota de la Autora: Como veis, me he puesto en plan: de tal palo tal astilla... más o menos xD No falte algo de humor y un poco de chispa. Por qué no... el mes que viene seguiré con la última parte. Del mismo tipo, aunque esta vez, el título sea: Mi Extraña y Maravillosa Familia... ¿Qué? ¿Les apetece?

7 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho esta historia, las dos partes y con ganas de la tercera yun poco mas larga molaria :) la parte de las mamis Hotttt, jajaja. Muchas Gracias!! Carmen.

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  2. Excelente este capitulo se me hará una eternidad la espera de un mes ojala y te apiades de nosotras y subas lo mas antes posible. Me ha gustado mucho los personajes. El titulo de "mi extraña y maravillosa familia" me parece como anillo al dedo jejejejeje.
    Besos a la distancia.

    Maria Rene

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  3. Siiii pero porque tanto tiempo??? :(

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  4. Muy buena, felicitaciones.
    Si no es mucho pedir me gustaría conocer la historia de las hijas.

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    Respuestas
    1. En el Índice de Historias puedes encontrarlo. Se titula Mi Dulce e Irritante Vecina ^^

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  5. Genial, súper hot ambas historias

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