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miércoles, 25 de mayo de 2016

The Lifeguard Girl - Parte III

PARTE III



Tardé casi 20 minutos en cambiar mi ropa mojada por la muda que me había prestado Patricia. Me quedaba algo grande pero el hecho de llevar algo suyo ya me parecía excitante.


Patricia… No me esperaba que se llamara así. Le pega más bien un nombre tipo Bárbara, Erika, Jessica… ¡Espera! Eso no está bien. Sé por qué me han venido a la cabeza esos nombres. Son los de las chicas choni-putas que había en mi instituto. Siempre con la boca abierta comiendo chicle y las faldas más cortas que sus bragas, si es que las llevaban… Pero no todas las chicas que se llaman así son tan bastas y vulgares. Y definitivamente ella, a pesar de tener un cuerpo de stripper, parece una chica muy decente y educada. Y por muy choni que fuera te liaste con Erika en la fiesta de fin de curso cuando estabais borrachas. Así que tampoco puedes decir que el físico te la suda, porque no es verdad. Caes por unas buenas tetas como todo buen hijo del Señor…A saber que habrá sido de esa pobre desgraciada… Creo que le traumé la existencia esa noche. En fin…

Cuando salí del vestuario busqué a la socorrista con más que una ligera insistencia, sin embargo, tuve la mala suerte de encontrarme de lleno con el baboso que minutos antes había tenido el descaro de besarme mientras me pensaba inconsciente.

- ¡Tú! – Gruñí, molesta.

- Preciosa Diana, ¡Estás bien! – El chico, ahora con camiseta, abrió los brazos con la intención de abrazarme. Pero antes de que pudiera dar un paso más hacia mí. Le di un guantazo con todas mis fuerzas. - ¡Auh! ¿¡Encima!? Después de haberte rescatado…

- ¡Y una mierda! ¡Tú lo único que has hecho es aprovecharte de mí! – Bufé molesta. – Espero que tengas un buen abogado porque pienso demandarte por acoso sexual…

- ¡Deja de decir gilipolleces primita! – Dijo de pronto la voz de Olga a pocos pasos de nosotros. – No lo dice en serio Pablo. Sólo está bromeando… - Aireó mi prima, posando una de sus manos en uno de los bíceps del socorrista. Mordiéndose el labio inferior de una forma muy descarada.

- ¡No bromeo! ¡Este energúmeno me ha besado mientras estaba seminconsciente! – Grité, golpeando el pecho del susodicho con furia sin ningún resultado. El muy puto estaba cuadrado.

- Sólo intentaba hacerte el boca a boca. Es mi trabajo. – Dijo el socorrista muy seguro de sí mismo, señalando las letras en su pecho.

- ¡Trabajo que pronto no tendrás cuando tu jefe se entere de lo que has hecho!

- Tiene razón Pablo. – Sonó la voz a mi espalda. – Cuando Manolo se entere de lo que ha pasado, vas a estar de patitas en la calle. – Inconscientemente, sentí un escalofrío en la parte baja de la espalda. Ahora llevaba las gafas, y pude sentir como Patricia se ponía a mi lado para encarar a Pablo. Tenía tantas ganas de girarme y disfrutar de… bueno, de ella. Pero me mordí la lengua y mantuve mi vista fija en el socorrista y la babosa de mi prima, que ya empezaba a incomodar al chico.

- Vamos Patri, sabes que yo…

- Tú nada Pablo. Será mejor que te disculpes al menos con ella. A lo mejor así puedes mantener el puesto unas semanas más. Aunque yo estoy de su parte. Nunca pensé que llegarías a hacer algo así. Me has decepcionado.

- Pero Patri yo… - Vi como Pablo y Patricia intercambiaban miradas profundas. La de pablo era titubeante y por la postura de Patricia, la suya sería dura y recriminatoria. – Está bien. – Suspiró Pablo, mirándome de nuevo. – Diana, siento mucho haberme propasado contigo. Yo sólo, a veces soy un inepto con las chicas. Y más con una como tú… - Mi prima y yo, fruncimos a la vez ceño. Cada una, seguramente, con sentimientos encontrados. – Eres muy guapa, Diana. Y aunque no lo parezca. No estoy acostumbrado a tratar con chicas como tú… Parecías tan inmersa en tu mundo que no sabía cómo acercarme a ti… y luego pasó todo esto y yo… No sé. Supongo que me aproveché porque sabía que nunca saldrías conmigo si te lo pidiera… Lo siento. – estaba realmente asombrada. ¿Pero que le ha pasado a la sociedad para que los socorristas buenorros tengan no sólo cerebro, si no también remordimientos? Esto no tiene sentido…

- ¡Pero si es bollera! – Gritó más que enfadada Olga. Mi mandíbula se desencajó.

- ¡Olga! – Oh mierda Olga… no me puedes hacer esto. ¡Yo no tengo la culpa!

- ¡A la mierda! ¡Iros todos a la mierda! – Olga se marchó corriendo, claramente disgustada.

- ¿Pero qué le pasa? – Preguntó Pablo, frotándose el cuello. - ¿Siempre es tan intensa?

- No… bueno sí. Es sólo que…lleva todo el verano coladita por ti. Incluso me obligó a venir aquí para poder verte. – Hice una mueca. Me daba igual descubrir el encaprichamiento de mi prima con Pablo. Ella me había echado literalmente del armario sin ni siquiera pensar en mí. Y sólo por un berrinche estúpido. ¡Que la zurzan!

- Oh… Yo, lo siento mucho, Diana. – Dijo Pablo, cabizbajo.

- No pasa nada. Aunque ahora tendré que ver como vuelvo a mi casa. No creo que pasen muchos autobuses por aquí.

- ¡Yo puedo…! – La efusiva frase de Pablo fue cortada por una toalla que le dio justamente en la cara.

- Yo te acercaré, Diana. No te preocupes. – Dijo Patricia, con calma.

- ¡Oye! – Haciendo oídos sordos a las quejas de Pablo, Patricia continuó hablando.

- Mi turno acaba dentro de media hora. Tu ropa ya se habrá secado para entonces. – Patricia señaló al chiringuito. – Mientras dile a Samuel, el chico de la barra, que te de algo fresquito. Necesitas recuperar algo de azúcar después de ese golpe.

- Está bien… - Dije casi como una autómata. Tiene los ojos verdes… ¡Verdes! Aunque tampoco es que sea la gran cosa. No sé por qué me ilusiono tanto… fui de camino al chiringuito sin saber que hacer a continuación. Iba a llevarme a casa… ¿Y ahora qué hago?

***

- ¡Eres una zorra! ¡Te dije que la vi primero! – Gruñó Pablo cuando Diana ya estaba lo suficientemente lejos como para oírle.

- Sea como sea. Perdiste tu oportunidad al intentar forzarla, zopenco.

- ¡Yo no la forcé! Y por si fuera poco, la boca me va a saber a vómito una semana…

- Y poco es…

 - En serio Patricia. Esa chica me gusta.

- Como todas, Pablo. Cada semana te encaprichas de una nueva. Al menos esta vez ya sabes que no puede haber nada. ¿O no escuchaste lo que dijo la rubita antes de irse?

- Eso pudo haberlo dicho por celos. Las mujeres sois así para conseguir la atención de un hombre… - Miré a Pablo con dureza. A veces era imbécil. – Bueno, no todas. Tu no obviamente, pero puede que ella sí…

- Sigue soñando, Don Juan. Pero definitivamente, yo tengo muchas más posibilidades que tú.

- ¿No intentarás nada con ella verdad? – Preguntó Pablo asombrado. – ¡Pensé que éramos amigos!

- Qué manía tenéis los hombres con eso. El hecho de pediros a una chica nada más verla no les da derecho sobre ella. Y sinceramente, me importa muy poco que te interese. Esta vez quiero ser egoísta. Y prefiero intentarlo a ver como la espantas con tus gilipolleces.

- ¡Eres una perra!

- Sí, y una muy rabiosa. Pero por mucho que berrinches no conseguirás nada. Quiero conocerla. No sólo tirármela. Sabes que no soy así. No soy como tú. – Pablo hizo un gesto parecido a cuando alguien quiere escupir mierda de su boca.

- ¡Entonces no vuelvas a dirigirme la palabra!

- Eres una histérica Pablo. Pero si así lo quieres, así lo haré. Eso me dará más tiempo para pensar cómo hacer para que esa dulzura me deje conocerla.

- ¡Puta!

- Idiota.

***

- ¿Lista? – Levantando la cabeza de la mesa, me desperecé un poco. Me había quedado dormida en una de las mesas de metal del chiringuito y ahora tenía a Patricia, vestida con pantalones cortos de color arena y camiseta blanca, delante de mí. Esperando.

- Eh…sí, claro. – Dije rápidamente.

- Toma, he guardado toda tu ropa aquí. – Patricia me pasó una bolsa de plástico con la ropa dentro, aunque no era lo único.

- ¿Y esto? – Pregunté, viendo la pistola de agua. Patricia sólo sonrió.

- Dado que por seguridad tengo derecho a incautar el arma del crimen, pensé que te gustaría guardarla como recuerdo. – Sonrió, divertida. A pesar de las mariposas de mi estómago que provocaron esa sonrisa, le respondí lo más serena que pude.

- Muy divertido, en serio.

- Vamos. Mi coche está ahí detrás. – Siguiéndola, llegamos hasta un pequeño aparcamiento para empleados en el que sólo había un par de coches. Yo ya estaba encaminándome hacia el viejo Nissan Micra de color gris  cuando vi, con asombro, como Patricia abría el coche a su lado, un nuevo aunque discreto Volkswagen Golf negro. – Sí, esa tetera con ruedas es de Pablo. El muy agarrado prefiere gastarse su dinero en alcohol y seguir usando el viejo coche de su padre. Yo sin embargo, tengo que conducir demasiado como para no invertir en mi movilidad.

-¿Vives muy lejos? – Pregunté, curiosa. Mientras nos subíamos al coche.

- No mucho. Vivo en Mairena, en el aljarafe.

- ¿Entonces?

- Mi madre vive en Cádiz, con su nueva pareja. Y mi padre lleva años dirigiendo la sucursal de su empresa en Madrid. Intento ir a verles todos los meses si puedo. Aunque cada vez es más difícil.

- ¿Y qué haces en Sevilla teniendo a tu familia tan lejos?

- Mi madre vivía aquí conmigo hasta el año pasado. Yo tenía que terminar mi carrera en Biotecnología, así que me quedé un año más… - Abrí los ojos con sorpresa.

- ¿Biotecnología? ¡Pero si esa carrera tiene una nota de corte altísima! – Patricia se rió hasta que por fin caí en algo. – Espera… si estudias biotecnología vamos a la misma universidad.

- Supongo que lo hacíamos, terminé este Junio en la Pablo de Olavide. ¿Qué estudias?

- Yo… acabo de terminar segundo de Traducción. Mi especialidad es el francés, pero también doy inglés.

- Vaya… entonces estábamos literalmente al lado. Tus clases son las que están sobre la biblioteca ¿no? Las mías eran justo enfrente, en…

- Sí, en los edificios nuevos y con ese jardincito tan envidiable. Todos los laboratorios están allí.

- Cierto.

- ¿Y por qué nunca te he visto?

- Tenía horario partido. Un año nos tocaba de mañana y otro de tarde. Tal vez nunca coincidimos y la verdad. En época de exámenes me pone mala ir a la universidad. Creo que nunca he pisado la biblioteca a menos que fuera realmente necesario… esas estanterías de aluminio. Que desperdicio.

- Y que lo digas. Toda esa nave grande y fría… parece más bien una fábrica ilegal tailandesa a una biblioteca.

- Aunque mejor que el pasillo es… allí es imposible concentrarse. Todo lleno de cajas de pizza vacías y los cazurros de INEF restregándonos lo cómodos que van en chándal. Gritando por todas partes… los odiaba a muerte. Yo me asaba en verano en aquellos sótanos con las batas de laboratorio… Oh, por cierto, ¿dónde vives? Que yo ya estaba tirando para mi casa. – Me di cuenta de que era verdad. Que llevábamos ya bastante rato en la carretera sin darme cuenta.

 - Oh, vivo en San Juan, justo enfrente del polígono Alavera…

- ¿Y eso está…?

- Detrás del McDonnald. – Sonreí.

- Oh, si somos prácticamente vecinas. Yo vivo subiendo la cuesta de Cross, pasando esa cosa inclinada a la llaman parque. No sé cómo los críos no se despeñan por ahí…

- Créeme, lo hacen. Mi sobrino Javi salió rodando el mes pasado. Menos mal que es un bicho y lo tienen agarrado con una de esas cuerdas de paseo para humanos.

- Interesante familia. – Patricia y yo nos reímos. Por desgracia, estaba empezando a ver los pisos rojos donde vivía. - ¿Qué calle?

- Mónaco… esa de ahí. El portal 5.

- Bien. – Patricia aparcó y apagó el coche… Humm… ha apagado el coche. Eso es bueno ¿No?

- Gracias por traerme, Patricia. Has sido muy amable.

- Es lo menos que podía hacer después del comportamiento de Pablo. A veces es idiota. Pero es un buen chico, lo prometo.

- Es posible, aunque ciertamente no me apetece descubrirlo.

- Lo entiendo… - Mi mano ya estaba posada titubeante en el manillar de la puerta. Reuniendo todo el valor que pude encontrar, volví a hablar.

- Patricia…

- Diana…

Ambas sonreímos nerviosas.

- Tu primero. – Le dije. A ver qué me dice…

- Bueno, como dijiste que no sabías nadar y eso, lo quieras o no. Es algo muy peligroso. Estaba pensando en… en fin. En mi casa tengo una piscina… es bastante pequeña, por lo que sería fácil para ti practicar… Yo podría enseñarte. ¿Quién mejor para hacerlo que una socorrista? – Patricia sonreía de forma nerviosa. Lo ha dicho todo de corrido, casi sin respirar. Y me está poniendo nerviosa el incesante golpeteo de sus dedos en el volante.

- No sé… No me gusta mucho el agua. - ¿No podías invitarme a un café? ¿Cómo la gente normal?

– ¡Prometo no propasarme! – Dijo rápidamente, con el ceño fruncido. ¿Y por qué no? Ya que voy a tu casa propásate todo lo que quieras…

- Está bien. Pero si vives tan cerca. No hace falta que me recojas, iré dando un paseo.

- ¡Genial! – Dijo entusiasmada. – Digo, genial a que vengas, no ha que subas esa horrible cuesta. De verdad que no me cuesta nada venir a por ti…

- No te preocupes. Así seguramente me apetezca más meterme en esa trampa mortal a la que me invitas.

- No te pasará nada conmigo. Te lo prometo.

- Te creo. Entonces… ¿Nos vemos…?

- Oh, cierto… mañana trabajo por la mañana, así que puedes venir sobre las 5 o así. Toma, este es mi número. – Patricia escribió su número de móvil en un conjunto de post-it que tenía en la guantera. Mira que práctica… - Llámame cuando termines la cuesta y salgo para que me veas. Allí arriba las calles están algo mezcladas.

- Está bien. Hasta mañana pues.

- Hasta mañana. – Por fin salí del coche y vi como Patricia se despedía y se marchaba a una velocidad muchísimo mayor a la que me había traído. Temeraria… Bueno, mientras no se estrelle antes de mañana…


Tengo una cita, ¿No?

2 comentarios:

  1. Está interesante, pero se te echa de menos por aquí... Espero que esté todo bien por ahí. XO

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  2. Nos tienes terriblemente abandonadas, todo bien?

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