CAPÍTULO 25
(1
Semana después)
Me
senté con dificultad, sintiendo un millón de agujas recorrerme el torso y el
abdomen. Los antibióticos ayudaban, pero no entumecían lo suficiente… ¿Qué fue de esos maravillosos pinchazos de
felicidad que me daban antes?
Me
levanté finalmente sintiéndome un poco mareada. No era la primera vez que me
levantaba en el hospital, ya que en cuanto supe que tenía una vía en mi
pequeñín y un enema en la parte de atrás, me negué en redondo a seguir usándolo,
por mucho que me doliera ir al baño como una persona normal.
Cogí
el chándal que Ruth había cogido de mi habitación y en cuanto los pantalones
tocaron mis piernas, nunca pensé que echaría tanto de menos sentir el algodón
en mi piel. En serio, la bata del hospital es áspera e increíblemente incómoda,
por no decir que el hecho de ir con el culo al aire a todas partes era, por
mucho, poco higiénico y muy, muy vergonzoso.
Desaté
la bata del cuello y me la deslicé con cuidado intentando no mover demasiado el
pecho, pero cuando movía el brazo izquierdo el torso se estiraba y sentía de
nuevo los fuertes pinchazos cerca del corazón.
- ¡Aunch!
-
Deja que te ayude. – Dijo una voz dulce a mi espalda. Sin necesidad de girarme,
supe quién era, y a pesar de todo, no pude evitar sentirme tímida con mi torso
descubierto bajo su verde mirada. – No deberías hacer esto sola… podrías abrirte
las heridas. – Pasó los dedos suavemente sobre los vendajes de mi abdomen y de
mi torso, permaneciendo en este último durante largo rato. – Tuviste mucha
suerte… tres centímetros más abajo y te hubiera dado justo en…el corazón. –
Estaba sonriendo, pero una lágrima bajó por su mejilla. Apartó la mirada y se
secó la lágrima rebelde. – Lo siento… ya sé que piensas que soy una llorona.
-
Elizabeth – la agarré suavemente de la barbilla y la obligué a mirarme. – Oye…
estoy bien. No tengas miedo. – Sus ojos verdes se llenaron de lágrimas de
nuevo, como todos los días desde que me levanté. – Y no llores…
-
Lo siento… es que… - Le temblaba la voz y deseaba con todas mis fuerzas poder abrazarla…Malditas heridas… - Tú… podrías haber… -
Me agaché con cuidado y la besé suavemente en los labios. Eran tan dulces como
los recordaba y no me sorprendió sentir el calor aumentar en mi interior a
pesar del dolor. Elizabeth se separó de mí con cuidado, apoyando sus manos en
mis caderas. – Ni siquiera sé aún por qué me quieres…
-
Te quiero… - Le dije sujetando con mis manos su cara, para que no dejara de
mirarme. – porque sé cómo eres en realidad. Sé que lo que me decías no era real…
sólo siento no haber podido darme cuenta antes. – Limpie una nueva lágrima en
su mejilla. - ¿Por qué no me mostraste antes como eres en realidad? Cuando te
vi por primera vez vi a una chica segura de sí misma, algo mimada y prepotente
pero una buena chica… - Elizabeth sonrió avergonzada.
-
¿Ves eso en alguien que te grita y te tira al suelo en un comedor lleno de
gente? – Preguntó incrédula.
-
No te vi allí por primera vez… - Le dije, viendo como su expresión cambiaba
extrañada. – Lo cierto es que te vi por primera vez el día en el que llegué a
la Academia… estaba esperando al Director en su despacho cuando te escuché por
primera vez… no pude evitar asomarme por la ventana y ver como ponías nerviosa
a la pobre Betty. Creo que lo primero que pensé de ti fue tu voz tan dulce no
se correspondía para nada con la seguridad y la autoridad que emanabas… te
envidié, ya que yo nunca fui demasiado valiente en ese sentido… Y después…
bueno, puede que sea un poco raro pero, cuando salí del despacho, olí tu perfume
y…
-
¿Mi… perfume? Yo no usaba perfume… yo sólo me ponía… - Elizabeth se apartó de
mí un momento y cogió de su bolso y pequeño frasco de cristal antiguo. Cuando lo
vi no pude creer lo que veía… ¡Por
supuesto! ¿Cómo no lo había recordado? – Es un frasco de agua de coco que
me regaló mi madre cuando era pequeña… en realidad era suyo, pero me empeñé
tanto en ello que acabó por regalármelo. – Cogí el frasco de cristal vacío y no
pude evitar acariciar el relieve rugoso del viejo cristal. – No lo encontraba
por ninguna parte, pero… pocos días antes de que llegaras a la Academia, lo
encontré entre mis…peluches. – Dijo avergonzada. – Me recordó tanto a mi madre
que no pude evitar echármelo a diario… siendo tan irresponsable que en pocos
meses casi se había acabado… así que dejé de ponérmelo…
-
El día en el que nos chocamos en el comedor. – Le dije, comenzando a abrir el
frasco. – Sabes una cosa… creo que esto es… increíblemente raro.
-
¿Por qué lo dices? – Me dijo extrañada, viendo como jugaba con el tampón del
frasco.
-
Había algo en tu olor que me atrajo desde el principio… y hasta ahora no me he
dado cuenta…. Cada vez que entraba en una habitación, sabía que estabas allí
porque distinguía el olor del coco… y como me ponía tan nerviosa me centraba en
cualquier libro que tuviera delante para no tener que mirarte… - Ahora que lo
pensaba mi comportamiento era muy estúpido e infantil… pero el de Elizabeth
también… así que puede que nuestra “inocencia” no nos permitiera conocernos
antes de verdad. Le tendí el frasco y me quedé con el tapón. – Y lo más extraño
de todo es que, a pesar de haber olido ese olor antes… hasta que no me has
enseñado el frasco no lo he recordado. – Giré el tapón en mi mano, separándolo en
dos partes y sacando el pequeño papel doblado del interior y tendiéndoselo a
Elizabeth, que lo abrió intrigada. Al abrirlo vi como lo leía una y otra vez,
sin poder creérselo.
-
¿Cómo es posible? – Dijo, devolviéndome el papel, donde se distinguía la letra
de una niña; “Creado por Alexia Buckley”…
-
Cuando era pequeña… me gustaba mucho trastear en la cocina, y un fin de semana,
convencí a mis padres a que me ayudaran a hacer algo que había visto en un
documental en la televisión… compramos cocos para hartarnos y comenzamos a
quemar un montón de sartenes. – Dije riéndome. – Tardamos bastantes semanas en
conseguir que saliera un aroma agradable, pero yo era muy cabezota y finalmente
lo conseguimos… claro que de lo feliz que estaba preparé más colonia de la que pudiéramos
usar en toda nuestra vida… así que mi madre pensó en comprar pequeños frascos y
venderlos en la calle o a mis amigos… hay quien vende limonada… y yo vendía
frascos de perfume… este es uno de los últimos recuerdos que tengo de mis
padres… y misteriosamente, me ha llevado hasta ti…
-
Este también era uno de los últimos recuerdos que tengo de mi madre… ella me
dijo que una mujer se lo regaló en la calle…
-
Mi madre siempre llevaba un frasco encima para sus compañeros del conservatorio…
si vio que a tu madre le gustaba de verdad, era algo normal en ella ser tan espontánea…
- Entre las dos cerramos el frasco y cuando Elizabeth lo guardó de nuevo no
pude evitar preguntarle algo que llevaba un tiempo comiéndome la cabeza. – Oye…
tú… por casualidad, no estarías en el aula de música hace tres años, cuando
llegué a la academia ¿Verdad? – La cara de Elizabeth se volvió de repente tan
roja como la grana y comenzó a tartamudear. – ¡Sabía que no me lo había
imaginado! Eres una acosadora, señorita Kensington… - Elizabeth se tapó la cara
con las manos.
-
Sí… vale… estaba allí observándote detrás del telón… no pude evitarlo, eras
como un… - Elizabeth se calló de repente y comenzó a ponerme la camiseta
rápidamente, pero con cuidado. – Y tú eres una nudista…
-
¿Un…? – Pregunté curiosa. Elizabeth susurró algo que no llegué a oír. - ¿Qué?
-
He dicho que eres como un ángel. – Dijo aun colorada. Cuando terminó de ponerme
la camiseta no pude evitar abrazarla. – No… vas a hacerte daño. – Me dijo
preocupada.
-
No te preocupes, tendremos cuidado. – Elizabeth apoyó su cabeza despacio en mi
hombro derecho y me rodeó la cintura con delicadeza, mientras yo la rodeaba y
la apretaba contra mí todo lo que el dolor me permitía. – Saber… estoy deseando
que pasen rápido las próximas dos semanas…
-
¿Por qué? – Me preguntó con la cabeza aun hundida en mi hombro, respirando
profundamente.
-
Porque el doctor dice que dentro de un par de semanas ya podré moverme con
normalidad sin temer que se me habrán las heridas… y echo de menos moverme con
normalidad en este momento…
-
¿Y eso? ¿Echas de menos tocar el piano? – Preguntó Elizabeth inocentemente.
-
No estoy pensado exactamente en tocar esas teclas… más bien pensaba en algo
mucho más primario pero que suena igual de bien… - Elizabeth se apartó un poco
extrañada y cuando me miró a los ojos volvió a hundir la cabeza en mi hombro
avergonzada… Algunas veces soy muy poco
sutil…
-
Dios… no digas eso ahora. – Me dijo mientras yo le acariciaba lentamente la
espalda.
-
Tranquila… no lo haré, pero no te libraras tan fácilmente de mí. – Esta vez, cuando
Elizabeth se apartó de mí y me miró, mi corazón se hinchó de una alegría tan
pura que no pude evitar sonreír.
-
Nunca – Susurró antes de besarme.
Hay tan lindo que ya este completamente recuperasa!!!... ni que decir del destino que siempre las quizo unir :) es muy hermosa esta historia de amor... ahora espero que encuentren al culpable...
ResponderEliminarSaludos
Q bien q esta recuperada y q el perfume fuera algo especial para las dos ,el destino estaba escrito para ellas...
ResponderEliminarespero q el que les hizo esto sufra mucho
M.S(galicia)
Estoy deseando que encuentren al culpable.. Aunque algo me dice que cuando lo hagan va a armarse algún follón! Por cierto, me ha encantado que cerraras así la historia del perfume de coco, y dejaras implícita en el diálogo esa sensación de encuentro no fortuito entre ambas..
ResponderEliminarSaludos
Bich. O.